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Empecemos por los temas estéticos. Aquí habría que mencionar, sin profundizar en ello, si la cinta le hace justicia a la novela gráfica. Luego de leer algunas reseñas al respecto, la mayoría de los analistas consideran que la película se quedó corta, pero no por mucho. Hay que entender que son dos formas de narración distintas, con públicos diferenciados y con intenciones no comparables. En este caso, los productores del filme no pierden de vista que hay que entretener. ¡Esto es Hollywood, compañeros! Pero estas diferencias no atentan contra el valor estético de la obra. El otro aspecto está en los magníficos efectos visuales, gran fotografía y buena puesta en escena (algo épico), propios de una gran dirección artística. Tampoco podemos dejar de lado las buenas actuaciones, especialmente la de la dupla protagónica, que aumentan la tensión de fondo, sumado al exquisito inglés vetusto usado, ya que “V” se inspira en un rebelde inglés, Guy Fawkes [1570-1606] (seguro el lector encontrará información al respecto con una rápida búsqueda por las redes).
Quiero, eso sí, centrarme en la intención expresa de la novela gráfica y la cinta de instaurarse en una tradición literaria que va desde el “Fantasma de la ópera” (Gaston Leroux) y “Nuestra señora de París” (Victor Hugo), en lo que respecta a la tensión amorosa de fondo con un monstruo que reclama venganza, pasando por el “Conde de Montecristo” (Alexandre Dumas y Auguste Maquet), en lo que atañe a la venganza como fuerza política legítima, y llegando a las obras de distopía política como el “1984” (George Orwell) y “Fahrenheit 451” (Ray Bradbury). Estoy seguro de que un “espectador juicioso” (concepto que se remonta a Adam Smith) podría ligar la literatura universal con “V for Vendetta”, pues aquí se da cita la crítica política, la distopía, la venganza, la insurrección y, como no puede faltar, el romance. Tal vez, este último elemento es más débil, pero no puede faltar en una producción cinematográfica dirigida al gran público. ¿Por qué el amor es el pegante de las demás emociones en las narraciones contemporáneas? ¿Qué habría pasado si quitamos el elemento romántico de esta película en cuestión? Esto me desviaría mucho, pero dejo los interrogantes.
El filme, sin duda alguna, constituye un manual de filosofía política, primero porque presenta su perspectiva de los gobiernos totalitarios-autoritarios, de la desobediencia civil y de la insurrección, así como la tenue diferencia entre heroicidad y martirio, de un lado, y delincuencia e insurgencia, del otro, diferencia que, en la práctica, se aclara con base en el éxito de los objetivos propuestos por el sujeto: el insurgente victorioso es un héroe, en cambio el derrotado será es un mártir para pocos, un delincuente para muchos. A la larga, es el realismo político quien determina tanto los sustantivos como los adjetivos a usar. Pero lo más llamativo es que esta obra, muestra una forma de ejercer el poder que es fácilmente denunciable y que, si bien aun existe en algunos países que lo ejercen de esta manera –con tonalidades diferenciadoras entre ellos–, no es la regla general, por lo menos no en Occidente. Hoy día el poder se nos presenta más “humano”, más convencional, más edulcorado, infundiéndonos el germen del autocontrol, mediante cientos de estrategias como el manejo de los medios de comunicación (para lo cual remito a los libros “Homo videns” de Sartori, “Sobre la televisión” de Bourdieu y “Guardianes de la libertad” de Chomsky) y la idealización de ciertos tipos de sujeto político que son más dóciles, pero que, según los medios hegemónicos, son los más felices. Esto es algo que he venido trabajando de la mano con algunos apreciados colegas: el sistema hegemónico (que no actúa como lo creen las teorías conspiratorias, sino un sistema complejo, con muchos actores en competencia, que intentan dominarse unos a otros), nos hace creer que la vida será más sencilla si adoptamos ser sujetados por ciertas ideologías. Así el individuo deviene sujeto (por sujetado), lo que permite ciertas formas de control político, pero fundamentalmente económico, que de otra forma no sería posible. Este modelo, que se ha denominado “Homo oeconomicus” (pues es la búsqueda de bienestar económico el vector más dominante en esta nueva forma de entender la subjetividad), es la causa y el efecto de una sociedad de control difícilmente detectable, a diferencia de lo que sucede en la cinta. En nuestra realidad, no nos damos cuenta de nuestras cadenas, pues tenemos “derechos”, a diferencia de otros regímenes que ni siquiera se toman el trabajo de endulzar su control. Pero en el caso de las “democracias” contemporáneas, son derechos que, a voluntad del sistema hegemónico, se tornan en privilegios revocables.
En fin, la cinta ratifica un modelo intolerable, y en ese sentido el espectador, de entrada, aplaude a “V”, a la vez que se siente gratificado por vivir en una “democracia” y este es el riesgo de la película: que el espectador se vuelva crítico con la ficción política que se le muestra y acrítico con su realidad política. Sin embargo, es una cinta que hay que verla más de una vez, sin duda alguna (2025-01-09).
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