Sobre cómo los novelones ratifican las reglas segregadoras

Tomado de: aquí
Vi la película El curandero (Znachor, 2023, Polonia), dirigida por Michal Gazda [1972-], basada en una novela de Tadeusz Dolega-Mostowicz. Quiero ser concreto en mi reseña, pues es lo que la cinta merece. Estamos ante una película entretenida, bien actuada, con buena fotografía y una puesta en escena (que implica locaciones y vestuario) apropiada para la época (principios del siglo XX). Pero ¿qué falla? El guion: la historia parece extraída de un novelón melodramático, un drama insulso que, a pesar de todo, es altamente efectivo. Se trata de una mujer pobre, aunque luego resulta que no lo es, que se enamora de un noble rico y amoroso; ella tiene en contra la madre del novio quien, con miles de artimañas, busca separarlos; esta joven tiene un padre, médico famoso y rico, quien perdió la memoria en una pelea, por lo que él terminó viviendo como un campesino que busca a su familia, sin saber bien quienes son, y se encuentra por azar con su hija a quien salva de un grave accidente. Luego todo se descubre y la pareja de amantes, así como el padre que recuperó su memoria, viven felices. Como podrán ver con esta descripción no queda mucho por decir: la trama es tan extrañamente compleja que termina siendo un relato nada creíble. Sin embargo, ¿por qué es tan exitoso este tipo de novelones? Desde hace más de un siglo, muchos teóricos de la literatura han hecho una morfología de todas las posibles variantes de las historias que, desde hace más de dos milenios, han cautivado a los humanos, y la historia de una persona pobre que tiene un romance prohibido por la sociedad clasista con otra persona rica, romance que debe atravesar todo tipo de intrigas, mentiras y envidias, genera empatía en el auditorio, especialmente si, al finalizar, todo se resuelve de forma perfecta (ni siquiera de forma óptima), con una facilidad que asombra a cualquier espectador crítico, para llegar al típico final fabulesco de que “todos comieron perdices”.

Ahora bien, si esta trama es tan antigua, como la literatura, e insulsa en su desarrollo, ¿cómo es que atrae tanto a un punto que se siguen haciendo obras (novelones) con la misma trama, una y otra vez? Porque es (y seguirá siendo) atrayente. Por esto, historias como esta seguirán en el repertorio de obras que conmueven –y así cautivan– al auditorio, a la vez que son buen negocio de los productores. Justo por esto, este tipo de historias continuarán, me atrevo a pensar, hasta el fin de la humanidad. Pero, insisto, ¿por qué tanto éxito? Porque sirve de desahogo ante una realidad dolorosa donde hay clases y grupos que establecen reglas y tabúes de cómo relacionarse unos con otros, de forma tal que historias como esta, en vez de criticar esas reglas sociales de segregación y clasismo, las termina ratificando en la medida que le hacen creer al espectador que basta el amor con tenacidad y un poco de suerte para que el segregado o el despreciado pase a ser aceptado; este tipo de obras hacen creer que si bien esas reglas son duras, hay formas de ascender socialmente sin tener que romperlas ni cuestionarlas en su esencia. El segregado se ilusiona así al creer que es posible romper con ese rechazo mediante un amor con alguien considerado, por esas mismas reglas, como superior, siempre y cuando acepte que, para lograr su ascenso, requiere tenacidad y suerte con el fin de superar todas las pruebas que se le pondrán. El ascenso, dentro de las reglas, es el premio para quien sobrepase la adversidad provocada por los considerados socialmente superiores, y así logra ser parte de ellos.

Entonces, este tipo de obras (¿arte?), que prefiero llamar novelones, permite al individuo una forma de poner entre paréntesis, por lo menos mientras se es espectador, una realidad que volverá a estar presente, con toda su carga negativa, una vez retorne a la realidad. Aquí, estas obras sirven de válvula de escape, pero casi nunca como un mecanismo de ruptura o una fuente de criticidad, de las reglas sociales que discriminan. Si estos novelones fueran motor de ruptura con dichas reglas, los países que se han caracterizado por hacer este tipo de obras serían centros de todo tipo de revoluciones sociales a favor de la igualdad, pero todos sabemos que no ha sido así; todo lo contrario, hay cierta tendencia en los países con mayor desigualdad y discriminación a hacer y apreciar este tipo de melodramas. Es que estos novelones no buscan cambiar la realidad, solo buscan que la persona se anestesie temporalmente de su realidad y así, sin darse cuenta, la ratifica al considerar que, dentro de esas reglas opresoras, se puede ascender, con ciertos requisitos, aunque no lo parezca. Pero esta anestesia no es poca cosa por demás, ya que gracias a ella el oprimido se recarga para continuar, en su rol de inferior, en la dura realidad que le toca vivir. ¿Qué sería de las reglas sociales que promueven la desigualdad, en este caso económica, si no existieran estos mecanismos culturales de anestesia temporal?

Por todo lo anterior, debo confesar que, a mitad del filme, estuve a un paso de dejar de verlo, pues no se necesita ser un genio para entender cómo iba a terminar todo; sin embargo, la cinta, fuera de la trama, tiene méritos estéticos propios. Como dicen por ahí, ante el mal tiempo buena cara, por lo que preferí centrarme en lo bueno en vez de lo malo, por lo que pude terminar. Agradezco, entonces, que si bien la trama es insulsa, la forma en la que se nos muestra la película es aceptable y correcta. Ya sabemos que hay novelones que, además de insulsos, son infumables en sus elementos estéticos, especialmente en las actuaciones.

Entonces, si alguien desea mero entretenimiento, a la vez que desea deleitarse con elementos estéticos bien pensados, pero que poco le importe la trama (es decir, que no se moleste porque cualquier ya sabe cómo terminará todo), se la recomiendo (2024-07-07).




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