Sobre el justo valor de la iniciativa. Reflexiones en torno a "Una carta a García"

 

Tomado de: aquí

Continuamente leo la “Carta a García”, un pequeño folleto de Elbert Hubbard (1856-1915), que se lee en pocos minutos, sobre el valor de la voluntad, del querer, de los compromisos con los demás y conmigo mismo, en fin, de la iniciativa (“¿Qué es la iniciativa? Puedo definirla en pocas palabras: Hacer lo que se debe hacer, bien hecho sin que nadie lo mande”, Hubbard).

Este texto es una exaltación de aquellos que cumplen de la mejor forma posible sus deberes, en vez de buscar excusas para no hacerlo. En el fondo, el texto llama a la sensatez de no creer en los prejuicios inmediatistas que, en el fondo, son excusas para no hacer lo que debemos hacer en el momento oportuno. Me recuerda, en mucho, las enseñanzas del estoicismo, de un lado, y de la moral kantiana del otro, pues dijeron cosas similares.

Claro está que Hubbard nos lleva a un debate que nunca acabará: ¿hasta dónde puedo llegar con la voluntad? Es tan absurdo creer que la voluntad, por sí sola, puede con todo, como negar su valor. La respuesta está en un punto medio: sin iniciativa es muy difícil, por no decir que imposible, llegar a algún lado, pero con la mera iniciativa, el mero querer, no es suficiente. Podríamos decir que “querer” es un requisito necesario, pero no suficiente, para lograr cumplir las metas, y si dichas metas son loables, para lograr ser mejor persona.

Entonces, esta magnífica obra tan inspiradora, si se lee con detenimiento y suspicacia, sirve para poner en duda la literatura de superación personal que exagera en las capacidades de la voluntad (si quieres, puedes; si lo deseas y lo decretas, lo obtendrás; pobre es el que quiere; etc.), así como los discursos que exageran creyendo que el valor de la iniciativa es casi cero, lo que lleva a consecuencias desastrosas en el ser humano y en la sociedad misma como el nihilismo negativo (para diferenciarlo del nihilismo positivo que es el que conlleva a la acción para superar la negación de vida), que es un discurso que prolifera por doquier pues invita a la mínima acción (lo que algunos llaman “zona de confort”): ¿para qué hacer algo si eso si no va a servir de nada? ¿Para qué hacerlo ya si puedo hacerlo luego? ¿De qué sirve esforzarse si esto no garantiza que lo logre? (a estas personas, “el Destino los acecha en su camino hasta descargarles un recio golpe” Hubbard).

En cierto sentido, si alguien desea mejorar tiene que incentivar su iniciativa (parece contradictorio, pero no lo es) y emular a quien llevó la carta a García en el relato de Hubbard; pero sin caer en la ingenuidad de creer que, con solo quererlo, con solo tener la iniciativa, logrará cualquier meta.

Incluso, cuando estás atropellado por las circunstancias, más que la esperanza, lo que nos queda es la voluntad y la iniciativa de superarlas. Si le quitamos esta capacidad a los que se sienten inconformes con su entorno, consigo mismos, ¿qué nos queda de humanidad? Nada.

Recomiendo pues esta pequeña obra, muy fácil de conseguir, pues da fuerzas adicionales en nuestro deber de ser mejores, pero no olvidemos el viejo adagio: “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”.

“Las gentes que nunca hacen más de lo que se les paga, nunca obtienen pago por más de lo que hacen” Hubbard.


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