Sobre la normalización y la banalización del mal

Tomado de: aquí
Vi “The Zone of Interest” (Zona de interés, 2023, Reino Unido-Estados Unidos-Polonia), dirigida y escrita por Jonathan Glazer [1965-], quien se basó a su vez en una novela de Martin Amis. El reparto está encabezado por Sandra Hüller (aplausos), la música es mérito de Mica Levi y la fotografía de Lukasz Zal (aplausos). Esta cinta es un drama en torno al Holocausto nazista durante la Segunda Guerra Mundial. Narra cómo el comandante del campo de exterminio de Auschwitz (que realmente era un conjunto de campos de concentración), Rudolf Höss, y su esposa, Hedwig, mantienen una hermosa casa con jardín a las afueras del complejo, generándose un contraste escalofriante entre dos mundos. Pero antes de hacer mi habitual análisis, pasemos revista a los componentes técnicos. En primer lugar, la fotografía es magnífica, igual que el sonido: logran golpear al auditorio, para crear sensaciones encontradas según el requerimiento del guion. En segundo lugar, la edición merece un premio, con escenas muy bien logradas, donde el espectador se siente conmovido por los contrastes, las escenas en negativo, la banda sonora y el final documental (muy metafórico, por demás) de mujeres haciendo aseo en el museo de Auschwitz en la actualidad. Eso sí, la narración se entrecorta varias veces, apareciendo líneas narrativas que no se desarrollan y que se dejan a la imaginación del espectador, y situaciones que aparecen y desaparecen sin una explicación que permita hilar una historia completa. Estamos más ante un filme enfocado en la imagen que en la historia que cuenta. No obstante, ¿esta falencia narrativa puede interpretarse como un elemento más de la normalidad y la banalización del mal de la que hablaré más adelante? En fin, esta película no es para cualquier espectador, pues no busca entretener con una narración con un principio, un desenlace y un fin. Aquí, estas reglas narrativas ceden ante la contundencia de las imágenes y el sonido.

Ahora pasemos a una reflexión a partir de la obra. El drama aparece con el contraste entre el mundo privado (el espacio vital, concepto tan caro para el nazismo, de la familia) y el mundo político (el espacio vital alemán que llevó a la puesta en funcionamiento de una fábrica de muerte de todo aquél considerado como inferior por el nazismo). El mundo privado, como he querido denominarlo, da cuenta de una mujer concentrada en asentar un espacio hogareño, ameno y hermoso, con jardines exuberantes, salones limpios, adornos hermosísimos y comida exquisita. Pero este mundo normal en lo privado está justo al lado de un mundo político que se muestra aquí como sombra del primero, como un telón de fondo. El primer mundo parece funcionar como si el segundo no existiese, pero los personajes y el espectador saben que el uno y el otro están unidos profundamente desde la cabeza del hogar, Rudof Höss, hasta el más pequeño de los personajes que hacen parte del espacio familiar; por demás, recomiendo leer el relato de Höss sobre cómo funcionaba esa fábrica de muerte (cito aquí la versión que leí: Höss, R. Yo, comandante de Auschwitz, trad. J.E. Fassio. Barcelona: Ediciones B, 2009), texto que él escribió antes de ser ejecutado por sus crímenes de guerra y que sirve de prueba tanto de la brutalidad nazi, como de la banalidad del mal (concepto de H. Arendt) que se ve, especialmente, en la normalidad con la que el mal atraviesa los mundos, privados o políticos, del momento.

La esposa, Hedwig, es la protagonista: ella sabe del mundo anormal, pero se comporta como si el mal que allí se hace fuese algo cotidiano o, peor aún, necesario. Pero ella no solo se hace la de la vista gorda, pues a veces, ella da muestra de su maldad cuando horroriza a sus domésticas esclavizadas. Un mundo del hogar y otro político, pero en ambos la maldad se enseñorea como algo normal, como algo debido, como algo necesario, aunque en un mundo lo hace de forma soterrada (en el hogar, la maldad, que se muestra como normal, se esconde en la faceta de lo entrañable), en el otro es más que evidente, con sus cámaras de gas y las chimeneas siempre escupiendo los restos de sus víctimas. ¡Son más importantes las flores del jardín que la humanidad! Creo que el espectador le sacará mucho más contenido a esta cinta si ve el drama como fruto del encuentro, no siempre armónico, de los dos mundos antes señalados.

Así las cosas, está claro que este filme se ganó un sitio entre las mejores de este año, pero más por su calidad técnica y estética, y por el reto político que le impone al espectador de descifrar el drama en un encuentro de mundos, que por una historia bien contada. Quedó faltando, a mi modo de ver, un mejor desenlace narrativo, contar mejor una historia al público. Pero, insisto, una gran película, con una gran lección: nunca olvidar, para evitar que ese horror normalizado llegue a repetirse, independientemente de la bandera con que se presente, de nuevo, un mal banalizado y normalizado.



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