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Antes que nada, hay que señalar que esta obra ha logrado muy buenos comentarios de la crítica y ha recibido varios premios, donde se resaltan los otorgados con ocasión del guion y de la actuación de Drucker. Dicho con otras palabras, estamos ante una cinta que ha pasado con gloria en la mayoría de los festivales en los que se ha presentado.
Iniciemos, como suelo hacerlo, con los temas estéticos. Empecemos con las buenas actuaciones protagónicas que logran vehiculizar las emociones entre el auditorio, en especial el miedo ante las escenas de violencia doméstica. Son verosímiles y con una fuerte carga dramática, por lo que no me extraña las buenas críticas que ha recibido la película. Pasemos ahora a la fotografía y la pulcritud de los detalles en el paso de las escenas: estamos ante un filme cuidado, bien abonado, por lo que el resultado no es extraño al cinéfilo.
Ya en relación con la historia, no puedo dejar de advertir que tiene buen ritmo y el drama fluye con naturalidad, permitiendo que el espectador, al darle credibilidad a lo que ve, se deje trastocar con las emociones que plantea la obra. Exploremos mejor esto último: la violencia doméstica (¡que no es solo física!) es un problema central en las sociedades contemporáneas (bueno, en toda época y lugar). Hoy día, se ha dejado de invisibilizar esta violencia con la esperanza de que la luz pública pueda corregir las maltrechas relaciones familiares surgidas del miedo y el dolor. En este caso, el miedo, es la emoción base del drama que ahora reseño y que muy bien saben transmitir los actores protagónicos. Dicho con otras palabras, la cinta permite de muy buena manera el cumplimiento de uno de sus fines primarios: la correcta exposición y transmisión de emociones. Aquí, la exposición del miedo permitirá al espectador repudiar el drama cotidiano, el dolor latente y a veces silenciado de la violencia doméstica. Por todo lo anterior es que la película bien puede catalogarse como un drama psicológico, por ese énfasis en la exposición de las emociones que padecen las víctimas de dicho tipo de violencia.
Sin embargo, el director conscientemente concentra el drama solo en la violencia intrafamiliar, dejando de lado hilos narrativos que son expuestos, pero no desarrollados, a lo largo del filme. Esto puede ser evaluado como positivo, pues así el director se centra en lo esencial. Para otros suena algo reduccionista, pues la violencia doméstica no nace ni se reproduce sola. Agrego, pues yo me ubico en esta última postura, que no entiendo para qué el director expone otros asuntos para luego abandonarlos (por ejemplo, la relación entre la hija mayor y su novio, etc.).
Otro aspecto problemático de la obra cinematográfica tiene que ver con el juego de blancos y negros que propone. Resulta que, al inicio de la cinta, se deja en duda quien es el bueno o el malo entre los padres, pero, con el paso del tiempo, el espectador descubre que uno de ellos es un maltratador y, justo cuando se devela la espiral de violencia doméstica, el guion se va con todo y cae en un maniqueísmo que tiene algo de bueno a la vez que de malo. Creer que hay blancos y negros, buenos y malos en una trama como esta, sirve para denunciar estas prácticas que, durante mucho tiempo, se camuflaron bajo la excusa de que son parte de la vida privada. Lo malo es que, en el mundo real, aquel del que el cine busca ser reflejo, las cosas no son tan simples, y los maltratadores varias veces se comportan como personas buenas (lo que aumenta la confusión de la víctima) a la vez que ellos han sido, casi siempre, víctimas de violencia en el pasado. Esa complejidad en torno al abusador no se logra percibir en la película.
Pero, a pesar de todo, el filme es magnífico y posiblemente quede en el recuerdo de quien lo vea. La recomiendo sin chistar. 2022-06-29.
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