Tomado de: aquí |
La cita es un drama familiar. Narra las dificultades que vive John Petersen (Mortensen), quien vive con su novio Eric (Chen) y su hija adoptiva, con su padre Willis (Henriksen), conservador y machista, quien ya no puede valerse por sí mismo. El choque de estos dos mundos provoca varios conflictos, pero este ambiente adverso no genera un rechazo entre esos polos opuestos, sino un continuo acercarse el uno al otro, a pesar de las diferencias, pues hay una condición previa que así lo exige: la familia.
En cuanto los aspectos formales, quisiera destacar la buena fotografía y las maravillosas interpretaciones protagónicas. Sobre lo primero, hay escenas muy bien pensadas desde la dirección artística y la fotografía, en especial aquellas donde las flores eran protagonistas, momentos en los que la familia lograba mostrarse como funcional. Esto es un buen ejemplo de cómo la fotografía es fundamental para la transmisión de emociones al auditorio. Sobre lo segundo, Henriksen [1940-] la saca del estadio con su interpretación. Logra que el público se irrite con él, pero a la vez, siempre deja la ventana abierta para la redención. Pocos actores logran hacer tanto. Otro aspecto meritorio tiene que ver con el drama que sostiene la historia: es una narración inteligente y despierta en el auditorio una sensibilidad que varía, como es en la vida real, continuamente. A veces irrita, otras veces conmueve, hasta logra sacar una que otra sonrisa.
Quedémonos un poco más con el guion y la historia que nos propone. La idea central de la película es el tema de las relaciones familiares, en general, y entre un padre tradicional y un hijo que, por mil motivos, escapa a esa forma tan escueta de entender la vida del siglo XXI, en especial. Y mientras expone ese conflicto de base, le queda en claro al espectador una terrible enseñanza: la infancia determina de manera indefectible la memoria y esta los traumas que impiden una mejor forma de relacionarse con la vida. Sin embargo, este filme va más allá del determinismo y abre la puerta de la esperanza, cuando John Petersen elige no darle la espalda a su complicado padre; antes bien, intenta romper el círculo vicioso por medio del afecto y el perdón. En este caso, la elección del mejor-estar se sobrepone a la maldición de la repetición de patrones disfuncionales.
Lo anterior queda más en claro si analizamos los flashbacks, manejados impecablemente. A fin de cuentas, el presente está determinado por el pasado, pero en el presente (por medio de los detalles) podemos, aunque con gran esfuerzo, romper la condena de la repetición. Esos pequeños detalles les recuerdan a los personajes su pasado tormentoso, pero en vez de quedarse en ellos para justificar la ruptura, John se resiste y sigue allí, en espera de entablar una y otra vez puentes con su padre, hasta que este, en un arrebato, los destruye. Sin embargo, aunque no es tan reiterado como en John, Willis también lanza uno que otro puente, aunque siempre camuflado en su malhumor. Entonces, el padre no es tan pasivo como uno creería en esta búsqueda de estar-con-el-otro en un mundo, un mundo donde el sentido lo da más el caminante que el camino, la persona que el entorno.
Lo anterior nos lleva a la idea del perdón. Aquí el director no nos muestra el perdón explícito y trascendente, pues se da poco en el mundo de la vida, y opta por retratar mejor el perdón que intenta camuflarse, por orgullo o por miedo, entre otras acciones. Tanto John como Willis, sin decirlo, se buscan para el perdón, en un juego de tira y afloja, donde se dan dos pasos y se retrocede uno. Esto sí que es más real que narraciones que hablan del perdón explícito que se da una sola vez y trasciende todo. En la realidad, el perdón es complejo, complicado y lento. Además, este perdón se manifiesta también sobre otros sujetos: los dos hijos de Willis (Sara y John) educan a sus propios hijos intentando romper la historia familiar heredada. Ellos materializan el perdón al abuelo, cuando con ellos se rompe el círculo de la violencia familiar. Es por ello por lo que, al abuelo, lo confrontan los nietos, más que sus hijos. Estos últimos ya hacen mucho al ignorar las provocaciones y las amarguras de Willis, porque saben que él los necesita a pesar de sus enfados. Los nietos están exentos de tal preocupación, de forma tal que confrontan a su abuelo porque él representa algo muy diferente a los valores con los que sus padres los educaron. En ellos no se repitió la historia.
Otro aspecto que no quiero dejar pasar por alto tiene que ver con la exposición de las ideas políticas conservadoras (republicanas) y las más progresistas (demócratas). Esta dualidad de base en la historia y la sociedad estadounidenses no pasa desapercibida en la obra. En este sentido, la cinta refleja y personifica dicha dualidad, de forma tal que podría servir para un estudio político o un cine foro. Eso sí, la película logra trascender lo político para asumir el riesgo de los valores personales que logran conectar lo que la política separa, como lo es la compasión y el perdón. La emoción termina imponiéndose sobre la razón de las posturas políticas previamente diseñadas.
Finalmente, el filme arroja escenas poco creíbles y que terminan siendo, de alguna manera, un lunar en la trama. Uno de esos casos es cuando John deja a su padre en una silla de ruedas, solo, en medio de un aeropuerto, cuidando unas maletas, cuando ya la obra nos había mostrado en la escena del avión los problemas mentales que Willis tenía, aunque, al parecer, esa escena lo que quería dejar en claro es que el padre no estaba tan mal mentalmente como se creía y que, en el fondo, su amargura es una forma de clamar en el estar-ahí-con-los-otros.
En conclusión, esta cinta tiene todo para ser un clásico, algo de culto. Falta ver cómo se decanta en el tiempo a partir de las impresiones que deje en la crítica especializa y en los espectadores. La recomiendo sin chistar. 2022-05-27.
No hay comentarios