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Vi “Stealing Heaven” (“Robándose el cielo”, 1988, EE. UU., RU y Yugoslavia), dirigida por el británico Clive Donner [1926-2010], miembro destacado de lo que se conoce como la “Nueva ola” de su país, y con guion de Chris Bryant, quien, a su vez, se apoyó en la novela homónima, de 1979, de Marion Meade [1934-]. La música es mérito de Nick Bicât y la fotografía de Mikael Salomon (aplausos). El reparto es algo modesto para el momento: Derek de Lint, Kim Thomson, Denholm Elliott y Kenneth Cranham, entre otros. Estamos ante una cinta aparentemente biográfica sobre uno de los romances más famosos de todos los tiempos: Abelardo y Eloísa. El filme retrata, en el contexto del Bajo Medio Evo (justo en el siglo más importante de aquella época: el XII), cómo el gran maestro de lógica, Abelardo, y su brillante discípula Eloísa, caen abatidos por un amor maldito por la cultura del momento.
Sobre los aspectos de forma, las actuaciones me parecieron algo acartonadas, el maquillaje deja mucho que desear (por ejemplo, la manera en la que envejecieron a los personajes) y la música desentona con la época de la que se narra, además de que abusa del sintetizador (algo muy propio del cine de los ochenta del siglo pasado). Debo decirlo, con todo respeto, que de la parte estética de la obra fílmica no hay mayor cosa que pueda elogiar. Lo interesante está en el contenido, en lo que se narra. Eloísa, para la época en que vivió (donde primaba la fe sobre el pensamiento y el deseo) era considerada una mujer inquieta, irreverente (hasta con la fe) y muy segura de sí misma, algo fuera de lo común ante el machismo dominante. Toda una Eva medieval. Esa seguridad propia se refleja en varios diálogos donde ella repite “lo conseguiré… lo conseguiré” (en este caso, en referencia a una pluma de una paloma, la que ella asemeja con el amor divino a su maestro y amante). Esa personalidad fuerte de Eloísa hace improbable su rol para ese momento, pero, a pesar de su anacronismo, logra crecer la dramaticidad de la película.
Abelardo es retratado como el seducido (alguien que había logrado incluso resistirse ante la prostituta más bella de París, pero no ante Eloísa), algo así como un Adán medieval. Empero, esto no correspondió con la realidad, pues su personalidad fue, según mis estudios de filosofía medieval, alguien de temperamento difícil, competitivo, orgulloso, etc.
Justo lo anterior me permite llegar a un punto relevante: esta cinta quiso, por motivos de la lógica del mercado, exponer la pasión y, posteriormente, el amor, entre dos personas brillantes. El filme explora el cliché de que el deseo (alimentado por la admiración mutua) precedió al amor. Así, el amor toma la centralidad de la narración, quedando la filosofía, la lógica, la religión, etc., como cosas accesorias. Todo fue diseñado (en contra de lo que realmente sucedió) para resaltar una historia de amor que pudiera ser entendida por el público contemporáneo, lo cual vende mucho más que una narración respetuosa con lo que realmente aconteció. La verdad cede, y esto es un derecho del arte, ante otros elementos. Sin embargo, hay ciertos detalles que se incluyeron en la obra que le permiten a un medievalista recordar su trabajo: el nacimiento de la universidad de París por medio de la escuela catedralicia, el invento del método de enseñanza medieval (disputatio), la lógica como la principal expresión de la filosofía al servicio de la teología, el surgimiento de la escolástica, etc.
Pero volviendo al amor, este tuvo que atravesar infinidad de tabúes que, para la época, pusieron a los protagonistas como los más horribles pecadores ante los ojos de los demás. Incluso, llevó al tío de Eloísa a creerse con autoridad para cobrar venganza (al ordenar la castración del maestro) por la deshonra de su familia y por celos (la película sugiere que el amor del tío a su sobrina traspasaba lo familiar). No obstante, se deja de lado los motivos políticos y las envidias que estuvieron detrás del complot contra Abelardo, pues en la realidad su castración (algo muy simbólico para la época, una manera de castigar la mundanidad de un hombre famoso en su momento, una forma simbólica de interrumpir la reproducción de sus ideas) se debió a un complot que implicó a muchos enemigos del maestro. Incluso, hay que tener en cuenta que la molestia del tío no era banal para la época, pues Abelardo había violado las normas básicas de hospitalidad, pues a pesar de ser un invitado en la casa del tío de Eloísa, sedujo y tuvo relaciones sexuales extramatrimoniales (gran pecado para el momento) a la mujer más importante de ese hogar.
Otro aspecto que no cuaja, ante el medievalista, es cómo lo epistolar se reduce a su mínima expresión en la cinta. Aquel género literario fue usado y desarrollado por los amantes cuando fueron separados en diferentes monasterios, como castigo y como forma de volver a la castidad mancillada, él por constricción y por quedar como abominación, según terminología de la época, y ella por obligación. Ante la imposibilidad de volver a fusionar sus cuerpos (por la castración y por la distancia), las cartas terminaron siendo la forma de amarse, una forma propicia atendiendo la intelectualidad de los amantes. Abelardo y Eloísa lograron darle un estatuto superior al género epistolar: el amor crece mediante las cartas (un “hacer el amor en el corazón”, como lo dice Eloísa en el filme), pero el filme, tristemente, se centró en la exposición del amor previo a la castración y la separación.
“Dicen que amar es vivir un poco, pero no amar es vivir en el purgatorio”, le dice Eloísa a su amado Abelardo en una de sus escenas. Y así fue como vivieron y murieron ambos, habiendo sabido lo que realmente era amar hasta el dolor. Y su paso por el purgatorio tal vez se puede asimilar en la película con las escenas en las que, mientras “pecan” dejándose imbuir por el deseo, arde el fuego, lo que les deja saber que su castigo por desobedecer el “deber ser” no puede ser cuestionado después (lo que hace que Abelardo asuma su destino sin reprochar y le pida a Eloísa que haga lo mismo para equilibrar las leyes divinas que fueron transgredidas).
En conclusión, es una obra anacrónica, pero esto es un derecho del séptimo arte en especial y de cualquier expresión estética en general. Una película que quiso centrarse exclusivamente en el amor previo a la separación de los amantes, descuidando lo que sí sería famoso: las cartas de amor de los amantes separados, que enardecieron a las futuras generaciones, en especial a los goliardos, deseosos de romper con los estrictos cánones moralistas de la religión del momento. No estamos ante una gran cinta, pero revive el deseo de amar, ya sea por medio de los cuerpos o por medio de la inteligencia. 2022-04-14.
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