Universidad de Caldas, 2001 |
"La muerte nos consuela y nos hace vivir;// Es el fin de la vida y la única esperanza// Que, como un elixir, nos exalta y embriaga,// Dándonos el coraje de alcanzar a la noche" (Baudelaire, Charles. La muerte de los pobres).
Conocí a José Vitalino Echeverri como profesor en la Universidad de San Buenaventura, Seccional Medellín, justo cuando empezó su rectorado el fraile Hernando Arias Rodríguez (O.F.M.). Participamos juntos, como profesores, en la facultad de derecho y en la elaboración del reglamento de investigaciones a finales del siglo pasado.
Debo confesar que, en un inicio, me pareció algo prepotente y conflictivo, pero al poco tiempo caí en cuenta de mi error. Era el típico formato con el que los licenciados en derecho hemos sido (de)formados los que me hicieron pensar que aquel sociólogo, por no tragar entero, por sus argumentos tan fuertes, y por su escaso formalismo ante los títulos académicos y sociales, era alguien antipático. Resultó ser todo lo contrario.
Al poco tiempo fuimos nombrados directivos de la Seccional. Él como Director Académico (Vicerrector académico o de docencia, en la terminología de otros países) y yo como Secretario General. Logramos una gran dupla de trabajo y como teníamos que estar en continua comunicación terminamos siendo muy buenos amigos. Casi todos los días íbamos a almorzar juntos, por el centro de la ciudad, caminando rápidamente para evitar incidentes en las vías tan inseguras que rodeaban la Universidad (en ese entonces, en el sector de San Benito). Mientras tanto nuestras conversaciones empezaban con temas laborales que, poco a poco, se deslizaban a lo académico y, finalmente, terminábamos riendo por cualquier banalidad. Lo formal terminaba por ceder ante lo informal.
Universidad de Antioquia, 2002 |
Fue él quien me invitó a hacer parte de un grupo de investigación de la Universidad de Antioquia, llamado Bioantropología (ver fotografía), donde conocí a otros buenos investigadores y amigos, entre ellos, Jorge Ossa, Darío Gil, Diego Muñoz, Paula Restrepo, Javier Rosique, Rubiela Arboleda y William Álvarez, solo por mencionar algunos nombres. Esto marcó en muy buena parte mi camino académico, pues gracias a Vitalino y al Grupo de Bioantropología logré superar los estrechos límites de la investigación disciplinaria y entendí que la mejor forma de “comprender” (con todo lo que este verbo implica) la realidad que me interesaba investigar en ese momento (la historia de las ideas jurídicas, de la teoría general del derecho y de la iusfilosofía) era por medio de la inter/multi/transdisciplinariedad. Recuerdo con gran nostalgia las reuniones los viernes en la mañana, para hablar de los temas que alguno de los miembros del Grupo investigaba. En esas reuniones, Vitalino mostraba una de sus grandes virtudes, aparte de su inteligencia: podía destruir, con la contundencia de sus argumentos y la fuerza que inspiraban sus palabras, al expositor que fuera, para luego de ello ir a tomar café en el plano más amigable posible, como si pocos minutos antes no se hubiera dado Troya. Bien sabía diferenciar el debate académico de la amistad. Que tanta falta nos hace en los espacios académicos esa buena lección de Vitalino en especial y del grupo Bioantropología en general.
Luego de que terminó nuestro mandato como directivos universitarios, cada uno siguió su rumbo. Él dedicado a la docencia en varias instituciones universitarias de Medellín y yo dedicado a culminar mis estudios doctorales y asentarme como investigador en otras instituciones. Esto supuso un alejamiento progresivo entre nosotros, pero el afecto y la admiración que sentía por él perduraban. Sin embargo, sucedió lo que suele suceder: la nostalgia es el preámbulo de la distancia que las personas, por diferentes motivos, empiezan a interponerse entre sí.
Ya en el año de 2013 era poco lo que nos veíamos, era poco lo que hablábamos, pero cuando lo hacíamos, era como el reencuentro de dos veteranos de las trincheras. Parecía que el tiempo no había transcurrido. No obstante, fue justo en ese año cuando me informaron, algunos días después del funeral, sobre su deceso en un triste accidente en el edificio donde vivía. Me dolió pensar que no pude acompañarlo en su sepelio, sumado a la culpa que uno siente por no haber seguido estando tan cerca del otro, culpa que solo aparece cuando ya todo es irremediable.
Varios años después sigo recordando su brillantez, su retórica y su fiereza defendiendo sus puntos de vista. De un lado, asumió la academia como lo que es: un campo de batalla, en vez de un cementerio. Y por el otro siempre mantuvo lo personal como algo precioso que no debía contaminarse con la agonía (esto es, con la lucha) académica.
Justo a fines del año pasado, 2021, recordé lo mucho que aprendí de Vitalino y de nuestros amigos en común, y por ello este panegírico frente a un hombre que escribió poco, pero con una valía intelectual que daba para tratados inagotables de sociología, pero no una que se queda en los límites disciplinarios, sino una que lograba ser transversal a las humanidades y las ciencias sociales. Había que saber de todo un poco, para poder aceptar sus duelos académicos.
En homenaje al querido colega y amigo, Vitalino Echeverri, escribo esto y comparto algunos de sus textos.
1. "La Universidad entre la regionalización y la globalización" (2000)
2. "La universidad: entre la regionalización y la globalización" (2001)
3. "La educación superior en la coyuntura actual" (2005)
4. "Relaciones entre las ciencias sociales y el campo de la salud" (2010)
Gracias por este panegírico prof. Andres. Fuerte abrazo desde Barranquilla.
ResponderEliminar