Sobre cómo el diálogo tiende un puente sobre el abismo

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Vi “The Two Popes” (“Los dos papas”, RU, 2019) dirigida por el brasilero Fernando Meirelles [1955- ], quien logró un amplio reconocimiento gracias a sus filmes "Ciudad de Dios" (2002) y “The constant gardener” (2005). El guion es mérito de Anthony McCarten (aplausos), la música de Bryce Dessner (que tiene sus buenos momentos, en especial con la elección de la banda sonora) y la fotografía de César Charlone. El reparto es maravilloso: Jonathan Pryce (aplausos), Anthony Hopkins (aplausos) y Juan Minujín, entre otros. La cinta narra la tensa relación entre los cardenales Ratzinger (Benedicto XVI) y Bergoglio (Francisco I), a la vez que, por medio de flashbacks, explica el ascenso, dentro de la Iglesia, del jesuita argentino. Antes que nada, sobre los aspectos estéticos, hay que aplaudir, de pie incluso, dos asuntos: el primero, las actuaciones protagónicas, que es todo un duelo de actores que cautiva al espectador; y el segundo, la buena narración que da cuenta de un guion bien pensado para un drama culto a la vez que entretenido, pero poco arriesgado en lo que respecta a la polémica, pues no da mayores posibilidades de crítica ante lo que ha acontecido, en lo que va de este siglo, en El Vaticano (sobre esto volveremos más adelante).
Pasando a temas más de contenido, quiero empezar con elogiar la capacidad del director de retratar el pluralismo de la Iglesia romana que se manifiesta, entre otras cosas, en las decenas de lenguas que se hablan en un cónclave, en una conversación en los pasillos de El Vaticano o en un diálogo entre los dos papas. Otro asunto tiene que ver con los elementos biográficos de esta película, elementos que generan, como siempre, debates entre qué es verdad y qué es ficción, un debate que nunca tendrá solución en los biopic. En términos generales, y hasta donde he consultado, la obra no es muy alejada de lo que ha sido la vida del actual Sumo Pontífice, aunque sí hay un par de aspectos equívocos que merecen ser señalados. El primero, es el de adjudicar a Benedicto cierta complicidad con los sacerdotes pederastas, en especial con el mexicano Marcial Maciel [1920-2008], para aumentar la dramaticidad del filme, cuando en realidad fue Ratzinger quien llevó el proceso que terminó con el retiro del sacerdocio de ese siniestro individuo. Ratzinger, a pesar de su conservadurismo (más fuerte que el de Bergoglio, sin duda alguna) fue quien empezó la limpieza interna, por decirlo así, contra los pederastas que se incrustaron en la Iglesia protegidos por una jerarquía que temía al escándalo público, política esta, de tapar, que se remonta a Juan Pablo II. Y el segundo equívoco, muy relacionado con lo acabado de señalar, es que se dejó de lado, seguramente para evitar controversias, el peso (tanto en un sentido positivo como negativo) de Juan Pablo II en ambos papas. Si hubiera comparecido Wojtyla, virtual o presencialmente en la narración, el drama habría llegado a una cúspide necesaria para entender de mejor manera el paso del ultraconservadurismo político del polaco, al conservadurismo teológico del alemán y al conservadurismo débil pero carismático del argentino. La cinta pudo haberse llamado “Los tres papas”.
Basado en lo anterior, llego a otro aspecto que quisiera resaltar: está claro que la película busca evitar polémicas, pues podría atentar contra la producción misma y habría significado controversias, tal vez judiciales. Pero si algo caracteriza los mandatos de Benedicto y Francisco ha sido el de afrontar escándalos casi que a diario, escándalos que no disminuirán en mucho tiempo. Se desaprovechó, así, una buena oportunidad para reflexionar el rol que ha asumido la Iglesia ante diferentes aspectos, para centrarse en la carismática imagen de Francisco, en oposición a la imagen repulsiva que ha reflejado Benedicto (sin que ello signifique que haya sido un mal Papa, sino que su vida académica y solitaria, y su personalidad tan germana, fría y distante, terminaron imponiéndose negativamente en la opinión pública).
Incluso, esto último ha generado todo tipo de susceptibilidades de muchos filósofos y teólogos, que reconocen el valor académico de Ratzinger. Es que la obra, para realzar a Bergoglio, encasilla (y a veces ridiculiza) la imagen del alemán. Qué bueno hubiera sido ver algunos flashbacks sobre la vida de Benedicto y lo que le tocó vivir, con lo cual se hubiera logrado un sano equilibrio, máxime que el filme se llama “los dos papas” y no “el papa Francisco”. Todo esto se suma a que Ratzinger no se hace a un lado del liderazgo de la Iglesia por haber perdido su rumbo espiritual, como lo sugiere un diálogo de la cinta, sino más bien como un acto de templanza fruto de reconocer que ya no tenía las fuerzas para enfrentar su misión y dar la cara frente a tantos escándalos, y mucho menos con su imagen poco atractiva para las comunidades de base. Ratzinger fue un Papa muy teólogo, muy academicista, para una Iglesia más necesitada de párrocos carismáticos y conectados con las nuevas realidades. En fin, estos reduccionismos biográficos son peligrosos, en especial si el espectador cree que le están narrando la historia que efectivamente aconteció.
Para finalizar, la cinta tiene un elemento conmovedor interesante. Se parte de una distancia (que fue real) entre los dos protagonistas, una que parece insalvable desde ambas perspectivas, pero la comunicación, el diálogo (aquel que supone una apertura o fusión de horizontes ante el otro, como diría Heidegger-Gadamer-Habermas) termina por alzar un puente entre ambos continentes, de forma tal que el abismo inicial que los separaba pasa a ser un mero accidente geográfico superado. Y nada mejor para mostrarnos el efecto positivo del puente tendido que la escena donde ambos papas bailan un tango o en la que disfrutan de un partido de futbol con cerveza y pizza. La recomiendo, entonces, sin tapujos. 2020-06-29.


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