Sobre cómo el cine, para ser creíble, a veces debe ser más real que la realidad

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Vi “El último traje” (Argentina, 2017) dirigida y escrita por Pablo Solarz [1969- ], más conocido en el mundo del cine como guionista, siendo este su segundo largometraje como director. Vale la pena mencionar que, según informa el propio director, la idea central fue fruto de una mezcla entre una anécdota que él escuchó y aspectos de la vida de sus abuelos en Europa. La música es mérito de Federico Jusid y la fotografía de Juan Carlos Gómez. El reparto está integrado por Miguel Ángel Solá (aplausos), Ángela Molina y Martín Piroyansky, entre los más importantes. En cuanto al género, la cinta pivotea entre el drama, el holocausto y el road movie.
La película narra el viaje de Abraham (Solá), judío polaco nacionalizado argentino, ya muy mayor, quien desea regresar a Polonia para devolverle a un amigo de infancia, quien lo salvó de los nazis, un traje. Ahora bien, desde el aspecto formal estético, habría que empezar con elogiar la interpretación, casi que teatral, de Solá. Esto es, sin duda alguna, el elemento más fuerte del filme. Solá, por su pericia profesional, logra imprimir la esencia de los road movie: la transformación de su personaje durante la travesía. Igualmente, la producción y el vestuario son notables y, si se me permite ser un poco generalista, la obra no tiene mayores pretensiones de ser un parteaguas del género, pero no por ello deja de ser correcta. En este sentido podría decir que sobran las buenas intenciones, pero el resultado final es solamente “aceptable”, nada más. Es que, para bien o para mal, en el género del Holocausto, con tantas cintas en su haber, se requiere mucha creatividad para romper moldes y evitar clichés, como por ejemplo en el “Hijo de Saul” (“Saul fia”, Dir. László Nemes).
A lo anterior se suma que, a pesar de un buen manejo de los flashbacks, hay un par de giros narrativos que rayan con lo increíble. La apuesta de centrar la narración en la amistad y el agradecimiento parecía interesante, pero deja tantas preguntas que se necesita, en ciertos momentos, un acto de fe (es decir, aceptar, sin meditar, el intríngulis de la trama) para darle alguna credibilidad a lo narrado. Doy un caso: ¿si esa amistad infantil fue tan importante, por qué esperar hasta el último momento para el reencuentro? Además, el episodio final escapa a las posibilidades del mundo real: una persona que permanece en el mismo lugar, siete décadas, dedicado al mismo oficio de su padre (sastre), como si la vida en el amigo polaco solo hubiera pasado en su piel. Y eso sin mencionar la aparición de la enfermera polaca, que no se lo cree nadie. Y si eso pasó en la vida real, no importa: el cine debe ser convincente, aunque los hechos reales hayan sido todo lo contrario. Tal vez una doble narración paralela (la vida del joven judío polaco y la del argentino) habría dado un mejor resultado. Concluyendo este asunto, el final hace caer la dramaticidad de la película y pasa a rayar con lo melodramático.
Esto no quiere decir que no haya buenas escenas emotivas (a la par de otras melodramáticas que poco aportan), escenas que logran la empatía del espectador, y que se equilibran con otras cómicas que relajan y divierten.
Finalmente, me gustó la escena en la que Abraham se encuentra con una mujer alemana en el tren que atraviesa Europa. Se dio entre ellos un buen diálogo, uno que puede ser analizado políticamente sobre el valor de recordar a la vez que de perdonar. Este aspecto debería ser el central en este tipo de filmes, y sería un aporte significativo a la sociedad de hoy: plantear una justicia de las víctimas, como diría Reyes Mate, pero entendida como una justicia que no autoriza la autovictimización (que conduce a la irresponsabilidad del sujeto que se pone bajo el paraguas de la autocompasión) y una justicia que permita continuar una vida digna a partir del reconocimiento y la memoria.
En conclusión, es una película correcta, sin mayores pretensiones. Valdría la pena ver para ser testigo de la evolución del personaje central y, por qué no, para aprender que, en ciertos casos y suponiendo que el final realmente se dio así, el cine debe ser más real que la realidad. 2020-06-04.



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