Sobre cómo retratar la tragicomedia familiar a la que todos tenemos acceso, de una u otra manera

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Vi “Muchos hijos, un mono y un castillo” (España, 2017) dirigida por Gustavo Salmerón [1970- ], siendo esta su segunda obra (la primera fue Desaliñada [2001], ganadora del Goya al mejor cortometraje). El guion es autoría del propio director junto con Raúl de Torres y Beatriz Montáñez. La música es mérito de Nacho Mastretta y la fotografía del mismo director. El reparto, actores naturales como corresponde al género del documental, está encabezado por Julia Salmerón (aplausos), el propio Gustavo Salmerón y su familia. Estamos ante una cinta que ganó el Goya a mejor documental en el 2018, entre otros premios recibidos, sobre los altibajos de una familia, liderada por la matrona Julia. Lo interesante es que la historia de dicha familia se narra alrededor de un misterio bien manejado: encontrar la vértebra de la bisabuela asesinada durante la Guerra Civil, que es el tesoro familiar por excelencia. El nombre de la película viene que tener muchos hijos, un mono y un castillo, fueron los sueños (todos cumplidos) de Julia desde pequeña. De este documental quisiera resaltar varios aspectos, el primero es que reúne elementos de misterio (con el componente de la búsqueda del hueso perdido), de drama (con los altibajos de la familia) y de comedia (hay varios pasajes muy divertidos). A lo anterior se suma que la narración es tan entrañable que, pasados varios minutos, el espectador siente, de un lado, una profunda empatía con la matrona Julia, y, del otro, ser parte de la familia misma. Todo lo anterior hace de este documental algo encantador. Eso sí, la obra permite recordar que cada familia, sin excepción, es un caldo de cultivo para una gran narración, pues la vida misma es una tragedia, un drama, una comedia, etc., todo al mismo tiempo. La vida es una obra de arte y, como tal, podría vivirse como una apuesta ética (como lo indicó Nietzsche).
En este caso, Salmerón supo presentarnos, con maestría, la tragicomedia de su entorno familiar, pero qué bueno sería que nos diésemos cuenta de las tragicomedias que nos rodean, que solo esperan ser contadas, por lo menos en los círculos más cercanos, como forma de garantizar la memoria que une, la memoria que permite sobrevivir, con identidad, los caminos que sobrevendrán. Eso nos lleva a la importancia de la memoria no solo en lo colectivo (como cuando se alude a la “memoria histórica” como un medio eficaz para la no repetición de un conflicto armado), sino también en lo familiar y lo individual, como maneras de garantizar la identidad en la diversidad. Me llama la atención cómo la memoria, hace algunas décadas, fue el enemigo público de los discursos que fundamentaron todo tipo de reformas educativas (lo que motivó en algún momento un insípido texto de mi autoría en su defensa), y ahora se reivindica, con justicia, como elemento clave para la sociabilidad y el aprendizaje.
En el documental que ahora reseño, la (búsqueda de la) memoria, que garantiza la identidad individual y colectiva, se representa en la (búsqueda de la) vértebra perdida, aspecto expuesto como un componente de misterio por parte del director, que le recuerda a la familia no solo sus orígenes sino también el porqué todos son como son. Dicho con otras palabras, se trata de buscar el soporte de la identidad, como lo es una columna vertebral, con sus vértebras articuladas, para el cuerpo. Finalmente, una aclaración: en el filme, en cierto momento, se acusa a Julia de padecer el “síndrome de Diógenes” (esto es, ser una persona desaliñada, con abandono personal y social, y acumuladora compulsiva). No está para nada claro que Julia padeciera tal síndrome, pero lo más importante es resaltar que el nombre, si bien ha hecho carrera, poco le hace justicia a Diógenes el Sinope, ya que este último predicaba el debate público y no el aislamiento, así como el abandono de las cosas materiales y no su acumulación. Por todo lo anterior, recomiendo el documental, para pasar un buen rato viendo en otra familia lo que pasa en la propia. 2020-04-24.


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