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En relación con los aspectos formales, podríamos decir que la película es muy correcta, sin descollar en sus componentes, salvo dos: el primero es la fotografía que, alejándose de los tradicionales grandes escenarios y los planos generales con paisajes coloridos, le apuesta más a espacios cerrados y predominio de los clarooscuros, logrando una armonía entre el microcosmos (lo que se narra) y el macrocosmos (el contexto de lo que se narra). El segundo, que ha merecido todo tipo de reconocimientos y elogios, son las actuaciones estelares de McCarthy y Grant, pero muy especialmente de la primera. McCarthy logró un reconocimiento en comedias superficiales dirigidas al Gran Público, carrera que poco la hacía creíble para un papel dramático como este. Sin embargo, logró imponerse sobre el estereotipo que ella misma construyó para dejar en claro al espectador algo que va más allá de su versatilidad: es toda una actriz dramática y, ojalá, pudiera centrar en ello su carrera. Lo anterior explica por qué McCarthy logró ser nominada en la categoría de “mejor actriz” tanto en los Oscar como en la mayoría de los festivales de cine en los que esta obra fue presentada. Pero Grant no se queda atrás, ya que logró ser nominado y, en un par de lugares, premiado como “mejor actor secundario”.
Ahora, es tal la atracción que ejerce McCarthy sobre sí misma, que el filme termina cayendo en su juego, haciéndole perder interés por otros asuntos que bien pudieron igualmente explotarse. Pongo un ejemplo: el mundo de la literatura y de los escritores relevantes de la cultura literaria de Estados Unidos pasa inadvertido, pues todo el guion se centra en la vida privada de la protagonista. Al espectador le pasan sin pena ni gloria los asuntos literarios, que –desde otras perspectivas– habrían sido asuntos relevantes. Pero esa centralidad en la protagonista, una tan versátil como ella, tiene a su vez una doble faceta positiva: de un lado, McCarthy evita que la cinta caiga en sentimentalismos burdos (altamente eficaces para el mercado de largometrajes comerciales) y, del otro, la protagonista logra que el espectador entienda la complejidad de su personaje. Frente al primer aspecto, otros directores habrían mostrado, con clichés a bordo, una película sentimentalista de oposición entre buenos y malos que seguro habría reportado buenas ganancias, pero en este caso la dupla Heller-McCarthy logra evitar esta salida fácil. Frente al segundo aspecto, McCarthy logra imprimirle a su personaje una complejidad (con un buen toque de humor negro) que le da un aire muy realista a la obra, pues en el mundo de la vida no existen esas dicotomías facilistas de buenos y malos.
Lee Israel es retratada como una mujer con cosas detestables, pero a la vez con sentimientos loables. Y dentro de esa complejidad, el espectador se engancha para entender los hechos y los valores que se cruzan por la vida de Lee Israel sin llegar a justificarla, por ejemplo: la importancia de la amistad, el peso de la soledad, las consecuencias de portarse con hostilidad ante el otro, el coraje de quien asume sus errores y las inseguridades por las que atraviesa el creador artístico, entre los más relevantes. Admiro pues del filme que no quiso caer en el facilismo de las miradas maniqueas, en el reduccionismo que se impone en la mirada que el capitalismo dirige a las relaciones humanas, ni en los clichés con los que suelen ser dibujados los artistas y los literatos. En este caso, se nos presenta, llanamente, un ser humano, lleno de errores y aciertos, y esta complejidad es la que invita a la empatía. Como se suele decir, detrás de la máscara de todo santo encontrarás un demonio y detrás de la máscara de todo demonio encontrarás un santo. Por lo anterior es que puedo recomendar la cinta. 2020-04-27.
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