FERREIRA, Daniel. Rebelión de los oficios inútiles. Bogotá: Alfaguara, 2015. 293p.
Leí “Rebelión de los oficios inútiles” novela del escritor Daniel Ferreira quien ya había logrado notoriedad con obras como “La balada de los bandoleros baladíes” (2010) y “Viaje al interior de una gota de sangre” (2011), las cuales atraviesan, desde la ficción narrativa, la violencia de nuestro conflicto armado. Ahora, Ferreira nos presenta un texto sobre la rebelión de los oficios inútiles: en los años 70 del siglo pasado, un grupo de destechados, liderado por la anciana Ana Larrota, protagoniza una rebelión local al invadir una montaña, que les fuera arrebata a sus abuelos casi un siglo antes, propiedad en ese momento de un ricachón alcohólico (“la única herencia inagotable que le quedó de su padre”, p. 61), Simón Alemán, quien cae en la ruina mientras recuerda sus vivencias (en Italia y Estados Unidos) con quien fuera el amor y el odio de su vida. Esta invasión termina mal por el desalojo violento y abusivo protagonizado por un grupo paramilitar, con la complicidad de los militares a cargo del gobierno local. Y en la mitad de tal tragedia social, un periodista, Joaquín Borja, comprometido con la cultura y la denuncia social a pesar de los riesgos que ello implica (“y porque en últimas a nadie con un poco de sensatez y ahorros heredados en una cuenta bancaria se le ocurre fundar un periódico en un país donde intentar buscar la verdad es pasar del anonimato al desprestigio” p. 31, idea repetida en la p. 133).
Para empezar, hay que señalar que la obra obtuvo el premio Clarín de Novela (2014), lo que le valió un reconocimiento importante desde un inicio. A eso se suma que estamos ante alguien a quien el conflicto armado no le es ajeno y que esta no es la primera experiencia que tiene narrándolo. Entre los muchos méritos del texto, está la diferente cadencia y giros narrativos que utiliza para desigualar las distintas perspectivas dentro de la narración. Me llamó la atención esa forma de explicar situaciones, que usa de vez en cuando, al momento de intentar asumir una perspectiva de narrador externo, exclusivamente con el uso de comas, que al inicio estremece al lector (que reclama puntos para poder apaciguarse en la lectura) pero que, con el tiempo, le hace caer en el efecto deseado: la inmediatez de lo que se quiere narrar.
La novela defiende claramente la postura de los destechados invasores, y de alguna manera marca peyorativamente a los sectores opuestos. De esta manera, Ferreira le rinde tributo (o mejor dicho, ofrece una memoria) al acontecer político y social de los convulsionados años 70, donde encontramos la consolidación de la espiral viciosa de violencia política alimentada por la injusticia social. En términos del propio autor: "Rebelión de los oficios inútiles es una exploración sobre cierto heroísmo que consiste en sacrificar todo por defender una idea, de justicia, de libertad, y ser perseguido por ello, tal como pasó con muchos líderes e intelectuales de los años setenta que quedaron acorralados por la barbarie legal. Trabajo sobre circunstancias arquetípicas, que nacen de la repetición de esas tragedias en las confrontaciones sociales de Colombia a lo largo de un siglo" (El Tiempo, 22 de octubre de 2015).
Ofrece, pues, una mirada que humaniza un conflicto que suele ser contado numéricamente: “las estadísticas son lápidas sobre la amnesia y el olvido, y el olvido es un crimen que le concierne a otro… convertir al muerto en lo que era, un padre, un hermano, un tío, un esposo, un ser humano que merecía vivir en la memoria, no una cifra” (p. 35).
Sin embargo, al finalizar la obra, quedo con un sinsabor propio de reducir la complejidad de un conflicto donde hay de todo menos blancos y negros. La línea que separa los ideales políticos con la ficción narrada es muy tenue en este tipo de obras, aunque habrá que entender que ser neutral ante la injusticia social es una imposibilidad de entrada y que es necesario en todo momento y lugar cierto compromiso político propio de desnudar la injusticia misma (¿”cómo es posible construir un mundo de tranquilidad dentro de otro mundo de exclusión?”, p. 237). No obstante, ¿esto permite creer que el mundo, en este caso el microcosmos del pueblo donde acontece la narración, se divide entre buenos y malos? ¿Acaso en los momentos de injusticia los “malos” obran convencidos que lo son? ¿Y las circunstancias de la injusticia social acumuladas en tantos años no logran desvanecer la claridad que alguien se atreve a proponer entre lo bueno y lo malo?
A lo anterior le sumo ciertas formas de describir a los militares, los comerciantes, los terratenientes, los banqueros, etc., que raya con la caricaturización que se busca del enemigo, del injusto. A la vez, se realza demasiado la capacidad argumentativa de Ana Larrota, quien a pesar de haber recibido una formación básica por parte de su tía (pp. 166-167), habla como si fuese una avezada socióloga o una bien formada militante. Agrego que causa algo de estupor la forma tan bondadosa de describir a la guerrilla, aunque habrá que reconocer que la subversión de los años 70 era bien diferente, en sus límites morales (si es que en un conflicto como el nuestro, tal cosa existió) con la guerrilla de finales de siglo.
Además, quedaron algunos aspectos que, por lo menos desde mi lectura, no encajaban dentro de la propia narración, como por ejemplo cómo salió el piano Apollo de la casa de Borja (hay una contradicción, p. 143 y 150) o la forma como Alemán conoció al cubano (pp. 124-125 y p. 163) o los días que el terrateniente pasó en La Habana (se da información diferente en dos partes de la obra).
En conclusión, el texto está bien escrito y es una obra de relieve a ser imitada en el taller narrativo de un novelista. Esta calidad en la escritura queda evidenciada en múltiples frases que destellan como estas dos: “Orozco regresó por una bocacalle y empezó a disparar el flash de su cámara a todo lo que se moviera, parecía un soldado de infantería que se apresta a cruzar la línea de fuego con un lanzacohetes que era su lente gran angular” (p. 189); y “Yo soy un agrimensor de fracasos… quería un suburbio, y construí un tugurio” (dice Alemán, pp. 195-196). También da fe de la calidad la forma subversiva de narrar, sin puntos y solo con comas, en ciertos momentos de la obra.
Empero, a pesar de esta calidad innegable y del importante trasfondo político propio de una obra de denuncia, considero que no logra ambientar o recrear la atmósfera confusa que circunda la realidad narrada, donde más que blancos y negros hay es tonalidades de grises.
La recomiendo, entonces, pero con los matices expuestos. 2020-02-18.
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