Vi,
una vez más, “Oliver Twist” (RU, 2005) dirigida por el maestro, y polémico
personaje, Roman Polanski [1933-], con guion de Ronald Harwood quien a su vez se
basa en la novela homónima de Charles Dickens. El reparto es imponente: Barney
Clark, Ben Kingsley (aplausos) y Harry Eden, entre otros. La película narra la
vida tortuosa del niño Oliver Twist quien pasa por las verdes y las maduras,
atravesando lo peor de la sociedad londinense del siglo XIX, pero quien logra
retoñar gracias a la compasión de un gentilhombre que lo protege. Empecemos con
las reflexiones formales o estéticas. El filme está a la altura de Polanski
(este es uno de los directores que termina siendo baremo mismo para medir la
calidad del cine), por lo cual brilla en muchos aspectos, en especial la
fotografía y la fuerza dramática del dúo protagónico: Clark (Oliver) y Kingsley
(Fagin). Ahora bien, podría pensarse que Polanski se metió en camisa de once
varas por dos motivos: 1) porque se basa en una obra maestra de la literatura
universal, y 2) porque esta cinta ya ha sido llevada al cine muchas veces antes
de él (y seguramente otras versiones serán hechas). Este es un reto que no
cualquiera podría afrontar: llevar al cine una obra que tantos han leído o
visto, y que, por tanto, ya ha producido ideas “claras y distintas” en el espectador
antes de la función. No es lo mismo contarle una historia a alguien que no sabe
el desenlace ni se ha imaginado los contextos y los personajes previamente, a contársela
a alguien que sí lo sabe y sí lo ha imaginado. A lo anterior se suma la
dificultad de intentar dar la medida (ni siquiera digo superar) a una novela que
ha quedado en la galería de lo mejor del siglo XIX. Debe andarse con cuidado
para no meter las patas en cada giro narrativo. Por todo lo anterior, es que
admiro la decisión de Polanski pero, al finalizar, esta apuesta no le resultó
como él creía. Polanski, muy convencido de su talento, estaba seguro que
rompería mercados y estereotipos con la película, pero al finalizar, no le fue
tan bien, ni quedó este filme entre las mejores de su haber. Es que los retos a
superar eran demasiados y la sensibilidad del espectador ha cambiado mucho
entre el siglo XIX y el siglo XXI. Pasando a otros asuntos, la cinta tiene un
alto contenido de denuncia social (propio de Dickens). No obstante, no puede
igualarse el acento de denuncia de la obra de Dickens con la de Polanski, pues
en el primero, era claro que se quería exponer males de la sociedad del presente (en el del novelista y de sus lectores),
males como el trabajo y la explotación infantil, la sordidez de las calles
londinenses, la miseria que rodeaba a los desposeídos de la revolución
industrial, el abandondo de los niños expósitos, etc. Mientras que en Polanki la
película queda como una narración quejosa de una vida remota, males de la sociedad del pasado, que el espectador creerá,
erróneamente, está superada. Quisiera explicar en este punto que la literatura,
en el siglo XIX, fue un baluarte inigualable de denuncia contra una época donde
el capitalismo se cimentaba sin reglas y sin miramientos, transformando
radicalmente la sociedad europea y arrojando a los intersticios oscuros de la
sociedad (los callejones, los prostíbulos, los asentamientos malconstruidos,
etc.) a los desarraigados durante ese proceso de modernización. La literatura,
mucho más que las obras políticas, fueron el motor del estupor de la “opinión
pública” (palabra muy de la época) que obligó a los gobiernos a moderar el
modus operandi del capitalismo de ese momento. Se suele poner como ejemplo de
esas obras literarias que lograron transformar la opinión pública a Víctor Hugo
con “Los Miserables” (1862) y Charles Dickens con “Oliver Twist” (1837-1839). Por
lo anterior es que Nussbaum no deja de admirar, en su obra “Justicia poética”,
la capacidad de este autor inglés para generar conciencia moral en el lector
juicioso. Pero ese aire de denuncia y transformación, obviamente, apenas se
siente en la función de cine con el filme de Polanski, y no porque el director
no haya podido dar con el quid de lo denunciable, sino porque las
sensibilidades del auditorio han cambiado, de un lado, y porque el espectador,
por la buena adaptación de época que hace Polanski, no deja de pensar que todo fue
cosa del pasado, del otro. ¿Cómo habría sido el efecto de la cinta si en vez de
ambientarse en la ciudad de Londres del siglo XIX, se hubiera hecho en el
contexto de una ciudad latinoamericanada del siglo XXI? Si hubiese sucedido tal
cosa, estoy seguro que habría despertado el sentido crítico que tanto animó
Dickens. Y con esto concluyo: lo que menos se necesitaba era una nueva puesta
en escena de una obra ya famosa, sino una re-creación, en los contextos
actuales, de uno de los dramas humanos mejor contados en la historia de la
literatura inglesa. 2019-08-28.
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