Sobre cómo la política se encuentra con la nostalgia y el vitalismo

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Vi “La villa” (“La casa junto al mar”, 2017, Francia), dirigida por Robert Guédiguian [1953-] y con guion del propio director junto con Serge Valletti. Del director habría mucho que decir, en especial que es un director comprometido políticamente, que suele filmar en torno a Marsella, su ciudad natal, y que se caracteriza por cintas con alto grado de denuncia social y crítica política. La fotografía es mérito de Pierre Milon (aplausos) y un reparto predecible en este director: Ariane Ascaride (esposa de Guédiguian y protagonista de casi todos sus filmes), Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan y Jacques Boudet, entre otros. Señalo que es un reparto predecible en tanto Guédiguian suele trabajar con los mismos actores. La película narra la reunión de tres hermanos, ya cincuentones, en la casa familiar a orillas del mar, cerca de Marsella, ante el deterioro de la enfermedad del padre. En este encuentro los hermanos no solo enfrentan su pasado familiar, con las alegrías y las tristezas que esto conlleva, sino también que evalúan sus propias vidas. Llama la atención como uno de ellos, dedicado a las luchas obreras, termina por reconocer su aburguesamiento con los años. A pesar de todo ello, el encuentro con algunos inmigrantes ilegales, a quienes prestan su ayuda (allí está la denuncia del director), les recuerda a los hermanos dónde está su sitio (geográfico a la vez que político) en el mundo. Desde lo estético, la obra es muy correcta. Las actuaciones protagónicas son vibrantes, y se les saca el mejor provecho a las locaciones. Por demás, hay una escena que deja boquiabiertos a los espectadores: los mismos protagonistas, pero con 30-35 años menos, andando en coche por la costa de Marsella. ¿Cómo es posible una escena así? La respuesta es sencilla: como el director ha trabajado con los mismos actores desde tiempo atrás, pudo tomar una escena de uno de sus cintas de 1985, para aludir al pasado común de los hermanos del filme que ahora reseño. La fuerza de la película, creo yo, está en la historia que recrea el guion, que pivotea entre la tragedia y el drama, entre el nihilismo y el vitalismo. Es difícil que una obra cinematográfica exponga tan bien ese punto de contacto entre la vida desencantada del que ya abraza la vejez considerando que su vida transcurrió sin mérito, y la esperanza de reconocer que la dureza de la vida vivida no ha mermado sentimientos como la compasión y el amor, sobre los cuales aún se puede construir un mundo mejor. Dicho con otras palabras, la cinta logra dar con ese punto tan difícil, por escurridizo, en el que el desencanto pesa tanto como la esperanza. A lo anterior se suma el ambiente poético y nostálgico en el que transcurre la historia. Sin ese aire de nostalgia el punto escurridizo al que aludí no habría tomado las grandes dimensiones que efectivamente tomó. Estos dos componentes (el punto de conexión y la nostalgia) hacen de este largometraje uno inolvidable. Es un filme que no se olvida fácilmente. Para finalizar, creo que esta película puede ejemplificar con buen tino ciertas corrientes existencialistas y pesimistas que, paradójicamente, denuncian el nihilismo y terminan por apostar al vitalismo. Desde Schopenhauer hasta Sartre y Camus, pasando por Kierkegaard, el pesimismo termina siendo una apuesta por la vida misma. La vida irritante no admite otra alternativa que asumirla, como el mito de Sísifo. En los pequeños detalles podrá contrarrestarse el desencanto. Por lo anterior no dejo de recomendarla. Esta ha sido una de las obras más entrañables que he visto últimamente. 2019-06-27.


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