Sobre cómo la memoria del ausente se impone, por deber cívico, ante el olvido

www.filmaffinity.com
Vi “La noche del mundo” (España, 2016), documental dirigido por Nacho Sacaluga y Fernando Ávila, con guion del primero. Esta obra cuenta la historia de los desaparecidos en la provincia de Tucumán (Argentina), durante la última dictadura militar (1976-1983), centrándose en los restos encontrados en el Pozo de Vargas (que como todo pozo, por su oscuridad, se convierte en la noche final de los que allí fueron arrojados), una fosa clandestina que apenas ahora abre sus entrañas. El documental explora, a veces mediante la recreación ficcional, el mayor número posible de aristas que implica abrir ese capítulo de la historia política argentina, como el tema de los juicios criminales que hay alrededor y los sentimientos de los familiares al saber, por fin, la suerte que corrieron sus familiares y poder contar con un cuerpo para sepultar con dignidad. Debo empezar señalando que no soy amante de los documentales. Su rigidez estructural y sus ansias de mostrar la “verdad” o la “objetividad” siempre me han parecido algo sospechosas. Sin embargo, documentales como este prestan un servicio inigualable a la memoria colectiva y sirven como una herramienta para la formación política y moral de las nuevas generaciones, todo con el ánimo de ofrecer una posible garantía de no-repetición del horror (aspecto que me remite a Reyes Mate con su libro “La herencia del olvido”). Y es que esta obra visual expone con crudeza la meticulosidad del exterminio del otro, pero más que eso, la forma en que fueron silenciados y ocultados. Es que entre el asesinato político y la desaparición hay mucha distancia. En este último caso, se impone la ausencia, la distancia, la incertidumbre y el dolor de no poder enterrar debidamente (como Antígona) al pariente. El que los regímenes totalitarios hayan optado por la desaparición del asesinado no fue una elección casual, aunque en cierta medida esto les significó un mayor rechazo a su mal absoluto. En este sentido, cintas como esta tienen un alto valor político (no olvidar, el nunca-más), a la vez que rinden un homenaje tanto a los que sufrieron la tortura y luego la desaparición, como a los que no olvidaron y, de alguna manera, permitieron el descubrimiento de lo que otros quisieron ocultar por tanto tiempo (jueces, testigos, políticos, familiares, forenses, etc.). De allí que las entrevistas intentaron abarcar el mayor número posible de perspectivas de los que no quisieron olvidar (bueno, sin contar con la de los asesinos, obviamente, pues ¿qué podrían decir para justificarse?). En conclusión, si bien este documental no es que destaque en cuanto su producción y estética (aunque algún aplauso se merece por el manejo de cámaras y la fotografía cuando se ingresa al pozo, para dar la sensación de caída), sí se convierte en una pieza importante para la rememoración necesaria en la formación política y moral de nuevas generaciones (y no solo argentinas), siempre y cuando se acompañe de un buen debate, como el que podría ofrecer el formato del cine-foro, todo con el fin de sentenciar de una vez por todas que la salida al debate político no puede ser, nunca, la eliminación del otro o, peor aún, su desaparición. Estamos ante un cine-memoria, un cine-político y en ello encuentro el valor de este documental. 2019-04-17.


No hay comentarios

Leave a Reply