Vi, de nuevo, “Midnight in Paris” (“Medianoche en París”, 2011), dirigida y escrita por Woody Allen [1935-], quien no necesita presentación, y protagonizada por Owen Wilson, Marion Cotillard y Rachel McAdams, entre otros. La película narra cómo un escritor estadounidense, Gil Pender (interpretado por Wilson), quien se encuentra de turismo en París junto con su prometida, logra viajar en el tiempo, cada noche, a la época que él considera fue la más grande del arte en general: los años 20 del siglo XX. Empiezo señalando que esta es la cuadragésima segunda cinta de Allen, lo que ya de por sí demuestra su dominio de la empresa que implica hacer un filme, y si le sumamos que varias de estas obras se han vuelto películas de culto, nos lleva a señalar que este director, independiente de todos los escándalos familiares que lo circundan, se ha ganado un sitio en el séptimo arte. Agrego que esta cinta goza de un buen ritmo en la narración (lo que se refleja en todos los premios que obtuvo por su guion) y nos deja entrever una compleja relación entre la comedia, la nostalgia (de allí el toque romántico) y la crítica al tiempo. Esta compleja relación hace que estemos ante un filme que no admite juicios intermedios, en el sentido que la amas o la odias. Hay quienes la aman –viendo en la obra un equilibrio entre estos tres aspectos, propio del mejor de los malabaristas– y hay quienes la odian –al considerar que no cuaja en alguno de los tres frentes, o en ninguno de ellos; por ejemplo, algunos la detestan porque no ven allí la impronta cómica a la que nos tenía acostumbrados Woody Allen–. Ahora bien, aclaro de entrada que soy de los que valora positivamente la película y lo hago porque veo méritos en cada uno de los frentes anteriores, a la vez que puedo sacar un mensaje filosófico relevante. Empiezo con el primer frente: la comedia. Hay muy buenos chistes en la cinta, además de que es curioso y agradable ver a Owen Wilson actuando como lo haría Woody Allen, incluso con el mismo gagueo y gestos. Frente al tema nostálgico y romántico, está claro en el filme cómo el director relaciona el amor con la nostalgia al pasado. Sin embargo, a pesar de que efectivamente hay una añoranza reflejada en la primera mitad de la obra, aparejada a un romance in crescendo en las noches y uno en declive en el día, la historia que hay detrás de todo raya con lo cursi a la vez que con lo increíble. No me refiero a lo poco verosímil de un viaje en el tiempo, que ya es un componente importante de ciencia ficción, sino en la transmutación tan extraña de las pasiones de los que rodean al escritor y de la forma como cuajan y se descuajan los dos amores de Gil, el del día y el de la noche. Por dar dos casos, pensemos que los que rodean al protagonista no evolucionan en sus papeles, así como en la actitud de la prometida al ser develada su infidelidad. Recordemos que hasta la ciencia ficción, por lo menos en los desenlaces, debe ser tan creíble como un documental. Pero lo más importante de todo, para mí por lo menos, está en el tercer frente: la crítica al tiempo. Veamos. Se plantea al inicio un ayer glorificado, un presente embrollado y un futuro incierto; pero no sólo piensa así el escritor-protagonista, sino también muchos otros personajes de la historia. En este caso, el escritor tuvo la oportunidad de remontarse a la edad de oro, París de los años 20 del siglo XX, para darse cuenta, de cara al pasado, que la glorificación del ayer es fruto de la fantasía y es el resultado de los miedos del “yo” ante su presente. Es una forma muy romántica de evadir el hoy. Esto me recuerda lo dicho por Hume, de que las edades de oro (como creer que hubo un pasado, un estado de naturaleza, donde los hombres eran buenos a diferencia del presente malvado), es algo más de poetas y fabulistas que de filósofos, de la fantasía que de la razón informada. Pero es tan normal este comportamiento, el de idealizar el pasado, que rara vez ha habido una cultura que valore tanto su presente al punto de considerar que el futuro no será menos que óptimo. Tal vez los ilustrados fueron de los pocos intelectuales que vieron con buenos ojos su presente lleno de cambios. Todo esto lleva un claro mensaje al espectador: tu tiempo de oro no es otro que el presente, y tus sueños solo tienen una oportunidad en el aquí y en el ahora. Finalizo esta reseña con tres acotaciones cortas. La primera que llama la atención es cómo el mundo intelectual-artístico que se refleja en la película se cierra sobre sí mismo (por ejemplo, el drama de una Francia que apenas emerge de la Gran Guerra denota por su ausencia). En esta misma línea, parecería que parte de la mitificación del pasado es creer que los intelectuales y los artistas del ayer no tenían limitaciones terrenales (verbigracia, que bebían y disfrutan la noche, como si sus billeteras les permitiesen esto y mucho más). ¿Será una crítica de Allen al evasionismo de muchas expresiones artísticas? Segundo, llama la atención la ausencia de artistas y literatos franceses de los años 20. Bueno, sí mencionan a uno que otro, pero parecería que la bohemia parisina de aquellos estaba habitada más por estadounidenses y españoles que por franceses. Y, tercero, quisiera recordarle al lector que esta película debe relacionarse con otra del mismo director, “A Roma con amor” (2012). Ambas cintas, en cierta medida, constituyen un homenaje que Allen le hace a sus ciudades favoritas. La recomiendo. 2019-04-05.
No hay comentarios