Vi, de nuevo, Les Choristes (“Los chicos del Coro”, Francia, 2004), película dirigida por Christophe Barratier [1963-], la cual fue su primer largometraje, y con guion del propio director junto con Philippe Lopes-Curval. Es importante señalar que es una adaptación (no una copia) de una obra anterior, “La cage aux rossignols” (1945, Dir. Jean Dréville). La música (aplausos) es mérito de Bruno Coulais y del propio Christophe Barratier, quien antes que cineasta fue guitarrista clásico. Por demás, el mismo director enlaza con esta cinta dos de sus preocupaciones artísticas: la infancia y la música, aspectos que están bien perfilados en un filme que dejó huella en Barratier cuando era niño: “La cage aux rossignols”. El reparto está integrado por Gérard Jugnot (aplausos), François Berléand (aplausos), Jean-Baptiste Maunier y Jacques Perrin, entre muchos otros. La película narra cómo un profesor, Clement Mathieu (Jugnot), mediante la música, logra cautivar y formar a un grupo de niños y adolescentes difíciles de un centro de reeducación dirigido por el autoritario director Rachin (Berléand). Ahora bien, la obra pivotea entre el drama y la comedia. Además, se ha convertido en una cinta de culto, tanto para la cultura popular francesa (fue uno de los filmes más exitosos comercialmente en Francia, marcando a una generación de espectadores), como para el cine sobre la educación. Por lo anterior ya se entiende sus nominaciones y premios en varios festivales como “mejor película en habla no-inglesa” y “mejor película europea”. Empecemos por señalar algunos temas estéticos y técnicos de la obra. En primer lugar, y no podía esperarse menos de una cinta como esta, la música es meritoria y algunas de las nominaciones recibidas van por esta línea. En segundo lugar, las actuaciones protagónicas (Jugnot y Berléand) son estupendas, a la vez que el director sabe sacarle gusto a las interpretaciones de los niños para generar el sentimiento de ternura que atraviesa el filme. En términos generales, es una película correcta, bien hecha. Ahora, pasando a temas más relacionados con el relato, quisiera llamar la atención sobre varios aspectos. Primero, la obra expresamente alude a un profesor que ha fracasado en la música, pero aun así no quiere fracasar en su proyecto de cambiar la vida de un puñado de niños, de cambiar el mundo mediante la educación. Esto es un leitmotiv de las cintas de este director, que suelen centrarse en cómo un individuo puede mejorar el mundo o por lo menos intentarlo. En este caso, la enseñanza no tiene como objetivo volver competentes en música a unos muchachos revoltosos, sino en volverlos mejores personas para el mundo por medio de la música. Segundo, el filme, sin proponérselo, termina por registrar críticamente algo que sí pasó: la instauración de correccionales juveniles que funcionaron como centros de prisioneros, el discurso psicológico-psiquiátrico infantil oficial de la época y el uso indiscriminado del conductismo (acción–reacción). Resulta que después de la Segunda Guerra Mundial, guerra que dejó una gran cantidad de niños huérfanos, estos fueron internados junto con menores con problemas psiquiátricos y con adolescentes con antecedentes criminales en centros reeducativos con ideología militar y conductista, que no siempre sacaron lo mejor de los niños. De allí que la elección de la fecha, 1949, a diferencia de la película original de 1945, no haya sido casual. Tercero, esta obra no corresponde por entero a la tradición cinematográfica francesa, lo que le ha valido duras críticas de los más afrancesados. Según el sentir de varios de ellos, la cinta buscó el éxito comercial mediante la imitación de estrategias propias del cine hollywoodense, en especial el sentimentalismo propio del melodrama cursi. Sin embargo, el filme no cae, a mi modo de ver, en la cursilería barata que suele ser exitosa frente a públicos que poco o nada esperan del séptimo arte. Efectivamente, esta película transmite emociones desde el principio hasta el fin, por lo que es profundamente sentimental, aspecto que cautiva al espectador. La ternura y el equilibrio entre lo agradable (alegría) y la añoranza (tristeza) es la principal carta de presentación de la obra. Incluso, lo anterior, lleva a que la cinta sea predecible. Pero reitero que, a pesar de ello, no cae en la sensiblería. El cine debe transmitir emociones, lo que es algo difícil, y este filme las transmite, permitiéndose ciertos deslices cursis, pero que no pasan de allí. Cuarto, y es lo más importante, convoca al auditorio a pensar en la dificultad de la profesión docente, atrapada entre los fines de racionalización burocrática institucional, y al ánimo formativo de seres humanos, cada uno diferente al otro. En mi caso, la película me permitió recordar (y agradecer en silencio mientras pasaban las escenas) a mis profesores entrañables, a los que les debo lo que soy. Estamos pues ante una cinta que reivindica la importancia de la educación y homenajea a cierto tipo especial de educadores. La recomiendo. 2019-04-10.
Dejo aquí una compilación de las mejores canciones de la película:
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