Cuando la arquitectura y la fotografía se vuelven protagonistas

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Vi “Columbus” (EEUU, 2017) dirigida y escrita por el surcoreano Kogonada, siendo este su primer largometraje. De este director es poco lo que puede decirse, biográficamente hablando. Se hizo un nombre como documentarista o “video-ensayista”, pero ahora nos conmueve con esta obra fílmica. Mencionemos, para elogiar como es debido, al responsable de la música, Hammock, y al de la fotografía, Elisha Christian. El reparto es modesto, si se compara con las grandes producciones de Hollywood, pero sus interpretaciones son tremendas: John Cho (aplausos), Haley Lu Richardson (aplausos), Parker Posey y Michelle Forbes, entre otros. Estamos ante el cine independiente americano, con una particularidad: la arquitectura es protagonista. El filme narra el encuentro del coreano Jin (Cho) con la joven estadounidense, Casey (Richardson) en Columbus, Indiana, pequeña ciudad que se caracteriza, al parecer, por las obras arquitectónicas modernistas. Ambos están atrapados en esa ciudad: él para cuidar a su padre que está en coma, y ella para cuidar a su madre, una adicta en recuperación. Antes que nada, hay que decir que la película, a pesar de ser esta su opera prima, está hecha con los estándares más altos de la vieja escuela. La cámara fija y la inteligencia de las imágenes, nos lleva a esas épocas de un cine independiente donde las escenas eran fruto de meticulosos planteamientos previos. Igualmente, el dúo protagónico logra conectarse, aunque la mayor carga dramática la asume Richardson. La música, agrego, está a la altura de la fotografía. Y, lo más interesante, es que estamos ante una obra donde la arquitectura no es un artilugio narrativo para propiciar el desenlace, sino que (las formas y los sentidos de) los edificios pasan a ser protagonistas. En este sentido, invito al espectador a enlazar el edificio que circunda la escena (macrocosmos) con lo que pasa en ella (microcosmos). Como pasa en muy pocas cintas, los edificios son preludio del estado de ánimo de los protagonistas. Me recuerda en alguna medida lo dicho por Schopenhauer sobre la arquitectura y el diseño como una forma temprana de expresión de la Voluntad. Ahora, en cuanto la narración, si bien peca de ser lenta, no por ello evade su objetivo: retratar la imprecisión y la complejidad de las relaciones humanas. Es una película realista, en la medida que hasta los diálogos erráticos a la vez que profundos, dejan en claro la cotidianidad. Lo expongo de la siguiente manera: en la vida real, las personas no planean sus diálogos como sí lo hace el guionista. Hay cintas donde esa anticipación dialogante a la acción se desvanece por la genialidad del guionista-director-actor. Esta es una de esas obras donde los diálogos, siendo profundos, dejan ese haz impreciso y errático, común en los diálogos acaecidos de manera imprevista. En este sentido, cada uno de los protagonistas termina por exponer su drama familiar personal, como un trasfondo apenas imperceptible al inicio pero que toma grandes dimensiones al finalizar. A pesar de ello, los protagonistas asumen sus propios destinos, eso sí, siempre pensando en sus familias. El acontecimiento se impone sobre la proyección de vida, pero la manera en que sea asumido es lo que, en últimas, determina si valdrá la pena o no vivir. Los planes de todos los implicados cambian por completo, el dolor sigue presente, pero se asume el acontecimiento que cambia todo. Él, Jin, termina quedándose, ella, Casey, termina yéndose de Columbus. En este sentido, hay una manifestación existencialista. Finalmente, lo que podría ser un punto débil del filme, hay que avisar al posible espectador sobre la lentitud narrativa y los pocos sobresaltos a los que están acostumbrados el público general cuando va al cine. Por tanto, una película como esta no es apta para cualquier público. El que aprecie la estética, las imágenes elaboradas, podrá sacarle gusto. 2019-02-07.


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