Vi “The Big Short” (“La gran apuesta”, 2015, EEUU) dirigida por Adam McKay [1968-], escrita por el propio director junto con Charles Randolph, basados en un libro de Michael Lewis. Si bien McKay tiene una larga carrera en la TV y en el cine, especialmente en el género de la comedia, es esta película de 2015 su obra maestra, lo que se ve, por ejemplo, con el alto número de nominaciones y premios obtenidos. Hay algo que quisiera resaltar: su sociedad con el comediante Will Ferrell [1967-], sociedad que dio lugar a una cinta cómica supuestamente light pero que termina siendo, como el filme que ahora reseño, una crítica a Wall Street y al salvamento que el gobierno de EEUU hizo de los bancos, los cuales, mediante estrategias fraudulentas, llevaron al gran colapso financiero de 2008. Me refiero a la cinta: “The Other Guys” (2010). El reparto de esta cinta de 2015 es de lujo: Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling, John Magaro, Finn Wittrock, Brad Pitt, etc. La cinta es un drama, pero con algunos buenos toques de comedia. Narra cómo cuatro individuos, con algunos años de anticipación a la crisis de 2008, previeron la falta de solidez del negocio bancario más importante de su momento: la venta de los créditos hipotecarios del sistema inmobiliario estadounidense. Estos individuos apostaron económicamente (en terminología bursátil: “short”) al colapso del sistema financiero, pero este último, por fraude entre sus agentes, mantuvo hasta donde pudo el mercado hipotecario, y una vez destapada la olla podrida el gobierno corrió a financiar a los responsables de la crisis, una de las peores del mundo capitalista. Antes que nada, la cinta es maravillosa en muchos aspectos formales y estéticos. Las actuaciones son deslumbrantes, la edición es impecable, la fotografía meritoria. Pero lo más destacable es el guion: mantiene la atención del espectador a la vez que lo educa para que pueda entender la complejidad del problema, y si lo anterior fuera poco, divierte por la forma tan creativa de la narración (en primera persona, por parte de uno de los agentes visionarios que invirtió en el “short”). Con base en lo anterior, ya podemos justificar los premios y las nominaciones que obtuvo, especialmente por su guion, en el 2015: Premios Oscar a mejor guion adaptado (la cinta fue, además, nominada en otras cinco categorías); Globos de Oro (con cuatro nominaciones), Premios BAFTA (Mejor guion adaptado), American Film Institute (Top 10 de las Mejores películas del año), National Board Review, Critics Choice Awards, entre los más importantes. Quisiera pasar a otros asuntos, más de contenido, por llamarlo así. El tema de la cinta es la avaricia y el fraude financiero, los cuales se esconden entre la ignorancia de los inversionistas y la vaguedad de los términos usados. No obstante, detrás de la avaricia y el fraude está el Homo œconomicus. Pero esta temática no es nueva. Esta cinta se inscribe en una larga serie de obras fílmicas sobre la crisis financiera del 2008, entre las que enlisto: “Wall Street 2: Money Never Sleeps” (2010, Dir. Oliver Stone), “Margin Call” (2011, Dir. J.C. Chandor) y, en menor medida pues no se centra en la crisis del 2008, “El lobo de Wall Street” (2013, Dir. Scorsese), entre las más renombradas. Sin embargo, y esto es lo que quiero señalar, estos filmes van más allá de exponer –dramática y trágicamente (drama y tragedia no son lo mismo)– el colapso financiero de ese entonces. Estas obras son la excusa perfecta para reflexionar la centralidad del Homo œconomicus en la actualidad, lo que corresponde con un nuevo tipo de subjetivización que considera que lo económico (entendido como la gestión de la riqueza) es el parámetro de medición y de estar-en-el-mundo contemporáneos. Ya no hay estudiantes, hay clientes. Ya no se nos educa para la ciudadanía, sino para el emprendimiento. Ya no se busca la medición del valor de la persona en su honor, en su moralidad, en su palabra, etc., sino en su capacidad de generar y poseer riqueza. El consumo, la competencia, el emprendimiento, la rentabilidad, se convierten en los nuevos ideales con el que se disfraza lo “útil”, baremo que va más allá del campo financiero, hasta llegar a los espacios de la política e, incluso, los más recónditos de la vida personal (ya más que pareja en la afectividad, lo que se busca es un “socio” para el hogar). No obstante, la cosa va más allá. Este Homo œconomicus pone en riesgo (bueno, somos una sociedad del riesgo, según Beck) no solo lo público y lo privado, sino también el mundo mismo. De allí que el Papa Francisco (en la encíclica LAUDATO SI’) llame a los creyentes a revisar sus prácticas económicas y de consumo, lo que llama la “economía del descarte”, como un primer paso tanto de la salvación moral como de la del planeta. Hasta la Iglesia católica replica la urgencia de replantear nuestro modelo de ser-con-los-otros y de ser-con-el-mundo, asunto que es fundamental para que siga siendo viable la vida, tal cual como la conocemos y la apreciamos, en este planeta. En conclusión, el cine permite ver la realidad, y no solo su superficie. El cine permite reflexionar sobre los fundamentos más profundos de nuestro comportamiento. En este caso, la apuesta que unos hicieron en contra de un modelo fraudulento se debió, en el fondo, al mismo interés que reinaba entre los que apostaron al mercado hipotecario: ganar dinero. El problema entonces no sería la riqueza, que siempre ha existido como ideal, sino que esta faceta económica pase a ser el único baremo de todas las actividades humanas, incluso las que fueron pensadas para otras cosas. Verbigracia, la llegada del mercantilismo a la ética y a la universidad ha producido una trasmutación de valores bastante peligrosa. El tener que decirle a alguien que ser ético es buen negocio, o que la universidad debe regirse por el fordismo, son dos ejemplos de cómo el Homo œconomicus coloniza el mundo de la vida (Habermas). La recomiendo, pero le sugiero al espectador que vaya más allá de lo que expresamente le narran, pues la obra en sí permite una lectura crítica de nuestra sociedad. 2018-10-09.
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