Vi “El Club” (Chile, 2015) dirigida por el cada vez más aclamado Pablo Larraín, de quien tengo una excelente impresión por obras como “No” (2012) y “Jackie” (2016). El guion es de Guillermo Calderón, Daniel Villalobos y del propio Pablo Larraín. El reparto es de lujo: Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro y Alejandro Goic, entre otros. Debo señalar que las actuaciones me impresionaron significativamente. La cinta narra una “casa de retiro y oración” para sacerdotes que la propia Iglesia esconde por crímenes o conductas inapropiadas, quienes están bajo el cuidado y la observación de una monja igualmente en penitencia. La rutina de esta casa es equilibrada con la crianza de un perro velocista. Pero la rutina se rompe con la llegada de un nuevo sacerdote acusado de pederastia y de otro sacerdote psicólogo que desea clausular la casa. Empecemos señalado que esta obra ha sido muy bien recibida por la crítica y ha recibido importantes premios y nominaciones. Por ejemplo: 2015, Festival de Berlín, Gran Premio del Jurado; 2015, Globos de Oro, Nominada a Mejor película de habla no inglesa; 2015, Festival de San Sebastián, Sección oficial competitiva; 2015, Festival de Mar del Plata, Mejor guion y actor; 2015, Festival de La Habana, Premio Coral - Mejor película; entre otros. Para muchos, incluyéndome, es la obra más poderosa de Larraín. Un aspecto a destacar es que fue una cinta de bajo presupuesto, pero no por ello menor en su calidad técnica y artística. Resalto el buen manejo de cámaras, la fotografía y las actuaciones. Eso sí, su principal “pero” es el propio del cine chileno: acostumbrarse a su acento para poder comprender los diálogos es difícil; exige paciencia y estar preguntando durante los primeros 15 minutos “¿qué dijeron?” hasta que el oído se acostumbre. Por demás, esta dificultad para comprender el español chileno hablado ha sido un obstáculo muy alto para la internacionalización del cine de dicho país. Pasando a los temas de contenido, el filme trata de un asunto muy incómodo para todos. Recordemos que en Chile, más que en otros países latinoamericanos, la Iglesia católica se ha visto inmersa en tremendos escándalos por la conducta lasciva e inapropiada de muchos de sus sacerdotes, en especial los más conservadores. No olvidemos los reproches que tuvo que enfrentar el Papa en su reciente visita (enero del 2018) a dicho país por estos escándalos que salpican hasta las cúpulas más altas de la Iglesia católica chilena. Es por ello que el tema tiene una gran actualidad. Ahora bien, el director buscó incomodar con su temática, tal cual como lo sugirió Sócrates a los filósofos: ser los tábanos de Atenas. El espectador es continuamente retado a soportar ciertos diálogos, como compensación por lo que las víctimas de la Iglesia han soportado. Aquí es crucial los relatos de una de las víctimas de pederastia que termina sirviendo de expiación a los sacerdotes enclaustrados. La atmósfera de ciertas escenas está pensada para transmitir esa pesadez propia de una obra que, a fin de cuentas, nos llama a replantear el valor de la moral externa e interna. La cinta, en cierto modo, es una fábula moral, una cruda e incómoda fábula moral, con moraleja incluida: cargar la cruz por los pecados que hemos cometido o por los que hemos permitido que se cometan. La recomiendo, pero sin olvidar que es una obra dura, compleja; es por ello que hay que saber en qué momento es oportuno verla, según el estado de ánimo. 2018-09-05.
No hay comentarios