No es de los mejores filmes de Woody Allen, pero el asombro y el entretenimiento están asegurados

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Vi “Wonder Wheel” (“La rueda de la maravilla”, EEUU, 2017) dirigida y escrita por el magnífico Woody Allen [1935-], quien no necesita presentación alguna. El reparto es de lujo: Kate Winslet (aplausos, actuación que me recuerda su papel en “Revolutionary Road”, 2008), Justin Timberlake, Juno Temple y James Belushi, entre otros. Durante la década de los 50 del siglo pasado, un estudiante de literatura (Timberlake), quien trabaja como salvavidas en verano en Coney Island, narra su triángulo de amor con Ginny (Winslet), casada con Humpty (Belushi), trabajador del parque de diversiones. Y como si fuera poco, todo se complejiza aún más con la llegada de Carolina (Temple), hija de Humpty, quien huye de su esposo mafioso. Empecemos aclarando algo: a pesar de que el director se ganó una gran fama por sus comedias, estamos ante un drama puro y duro, ni siquiera lo catalogaría como comedia dramática. Pasando a temas estéticos, esta cinta es poderosísima, destacándose la fotografía, la escenografía (puesta en escena) y la dirección artística (lo que se refleja en las actuaciones protagónicas). Estamos, claramente, ante un maestro del arte fílmico. Sin embargo, este director –en sus dramas– busca un efecto que siempre supone un reto mayor para sus actores: que sus interpretaciones no sean demasiado comprometidas ni verosímiles, de manera tal que dejen un margen de incredulidad en el espectador, lo que genera como efecto que este último tome cierta distancia con el drama que se le presenta. Llegar a este punto en las actuaciones es solo para maestros del oficio. Justo por lo anterior, sumado a los diálogos, muchos han considerado –no sin razón– que esta obra habría dado mejores resultados en el teatro que los que dio en el cine. Agrego que la escenografía y la puesta en escena, ayudadas por la fotografía, logra transportar al espectador a ambientes nostálgicos, a la vez que sombríos, todo lo cual potencializa el buen ritmo de la narración. Pasando a otros aspectos, esta cinta, a mi modo de ver, le rinde homenaje a la época dorada de la dramaturgia estadounidense, justo cuando ella estaba de buenas migas con el cine de su momento; pienso, por ejemplo, en las obras “Un tranvía llamado Deseo” –que fue llevada al cine como “A Streetcar Named Desire” (1951, dir. Elia Kazan)– y “La gata sobre el tejado de zinc” –que en el cine fue “Cat on a Hot Tin Roof” (1958, dir. Richard Brook)–, ambas de Tennessee Williams. Por demás, ya es un lugar común en los dramas de Allen la rememoración de obras literarias clásicas, sumado a que los libros de la época son continuamente mencionados en la historia que ahora reseño. Frente a los posibles temas de análisis, esta es una de las películas que permite cientos de asociaciones con ideas filosóficas e históricas, en especial por sus diálogos y su fotografía. Una de ellas surge de las cercanías de los personajes de este filme con las obras de Tennessee Williams, pero también puede reflexionarse sobre cómo dentro de un parque de diversiones se produce un drama y un ambiente lúgubres que dejan en claro que el infierno se lleva adentro, aunque el infierno sean los otros. Igualmente, los celos (excelentemente transmitidos por Winslet), dan lugar a una reflexión de género muy interesante. Dejo la inquietud sobre el significado del fuego, que continuamente provoca el hijo de Ginny. Para finalizar, confieso que este filme no está entre mis favoritos de Woody Allen, ni siquiera entre sus mejores cinco películas, pero no deja de ser una buena decisión, creo yo, verla. Siempre se aprende algo de su cinematografía, por más experiencia que se tenga en el cine, a la par que hay entrenamiento asegurado. Asombro y entusiasmo es lo que sobra en películas como esta. 2018-09-07.


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