Vi, una vez más, “Monty Python's Life of Brian” (“La vida de Brian”, RU, 1979), dirigida por Terry Jones, y escrita y protagonizada por Monty Python (Terry Gilliam, John Cleese, Michael Palin, Graham Chapman, Eric Idle y Terry Jones). Esta comedia (que ya es película de culto en su género), narra la vida de Brian, quien nace en un pesebre de Belén, el mismo día que Jesús. La divertidísima “Vida de Brian” es una narración paralela de la vida de Jesús y refleja con humor el contexto social y político de la época. Ahora bien, habrá que mencionar, aunque sea superficialmente, algunos aspectos mejor tratados por la crítica especializada: i) estamos ante una de las mejores comedias jamás filmadas, por lo que ya no se duda en clasificarla como una película de culto; ii) sus méritos no solo se quedan en la comedia, pues además está muy bien hecha en todos los aspectos estéticos (las locaciones, el vestuario, las actuaciones, la fotografía, la banda sonora, la edición, etc.); y iii) es tan delirante que no da tregua, como sucede generalmente en las comedias, para las carcajadas. En lo que sí quisiera concentrarme es en otra faceta: no estamos ante un humor superficial, aquel que pierde su efecto a los pocos minutos de haberla visto. Todo lo contrario, muchas de sus escenas quedan como recuerdos perennes en quien la vio. Alguna de ellas ya son leitmotiv, difícilmente superables, de la comedia británica. Estamos ante un humor inteligente y una sátira brillante (sin llegar al sacrilegio) de la vida de Brian en Galilea (no de Jesús, repito) y de la vida humana en general. La vida es retratada como una tragedia, donde el sufrimiento, la pobreza y la insatisfacción eterna del deseo, son asumidas con risa, pero una que no nos saca del mundo; en cambio, nos mantiene con los pies en tierra. Si se aprecia bien, la vida de Brian es la propia del marginado (en cierto sentido, todos los somos) bienintencionado, que busca la supervivencia, sin más ni más. Si se quitasen los elementos cómicos a la cinta, esta sería un drama épico. Pero la sátira sale al rescate confirmando que estamos ante una cierta comedia que se liga con brillantez al género de la tragedia, de un lado, y que la mejor forma de afrontar una vida miserable es con el apego realista del humor, como lo sugiere la canción final, cuando todos están falleciendo en la cruz, del otro (dejo esta canción al finalizar la reseña). Resalto estos dos aspectos. Aristóteles dejó en claro las potencialidades de la comedia, y una de ellas es cuando ésta transmite un drama, pero de forma tan brillante que el espectador sólo lo siente si logra objetivar su catarsis. Igualmente, que las filosofías existenciales, que suelen ser mal denominadas como pesimistas, pocas veces están vinculadas a posturas deprimentes. La risa, pero aquella cuidada del ser, siempre está a la vuelta de la esquina como una muy buena manera de enfrentar el nihilismo. La risa, bien asimilada, no sería una forma de huir de la realidad, sino de estar en ella, con valentía. A fin de cuentas, se requiere ser valiente para reírse de las desgracias, tanto las que padecemos como las que vemos venir. De allí la importancia del reír, de la comedia, que tanto inspiró a Umberto Eco (“En el nombre de la rosa”) y la que tantos elogios recibió de Schopenhauer. Así las cosas, la comedia, por lo menos una como esta, no son escapes de la realidad, son formas de atarnos a ella. La recomiendo plenamente. 2018-03-23.
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