Entre el tedio y la angustia

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Vi “Rabia” (España, 2009), dirigida por el ecuatoriano Sebastián Cordero [1972- ], basada en la novela homónima del argentino Sergio Bizzio, de 2005. Está protagonizada por Martina García y Gustavo Sánchez, acompañados de Concha Velasco, Icíar Bollaín y Àlex Brendemühl, entre otros. Narra la historia de una pareja de novios, inmigrantes sudamericanos, en España: José María (Gustavo Sánchez), albañil de tendencia agresiva, y Rosa (Martina García), una humilde empleada doméstica. Por su carácter volátil, José María tiene un altercado con su jefe y, para huir de la policía, se refugia, sin que nadie lo sepa, en la mansión donde trabaja su novia. Ahora bien, la obra, en teoría, sería de suspenso pero esta da pie, en muchos casos, al tedio. Empieza lenta, sin sobresaltos dramáticos (que mucho se echan de menos), y lo peor es que se ralentiza cada vez más. Dicho con otras palabras: hace falta algunas dosis de adrenalina. Eso sí, cuando el espectador se acostumbra al ritmo tortuoso, puede dejarse impactar por la angustia del encierro. Esta es una obra que le exige paciencia al espectador. Pasando a otro aspecto, el dúo protagónico me parece muy bueno. De un lado, Martina García logra transmitir la humildad y la sencillez de una empleada inmigrante, quien se siente desprotegida y carente en una sociedad ajena. Del otro, Gustavo Sánchez logra transmitir la cólera que caracteriza su personaje (a lo que ayuda el efecto del primer plano). Incluso, otro mérito de Sánchez, está en la transformación de su cuerpo, al que no le da mayor énfasis el filme, por el ejercicio físico que hace para soportar el encierro al que se somete. Actuar implica retos como este en un corto tiempo (el de la filmación). Otro aspecto que no puedo dejar de resaltar es el buen plano secuencia final (transmitido al revés de como fue filmado), que compensa la predecible escena final. Pero el mérito de la obra, creo yo, está en las oportunidades que brinda para la reflexión. Resalto dos aspectos, sin ser los únicos. El primero es lo referente a la inmigración y la carencia que implica estar lejos, por obligación (económica en este caso), del lugar que te permite ser quien eres. La inmigración trae consigo un desarraigo que más de las veces se ignora en las obras sobre el tema, cintas que prefieren mostrar la faceta de “esperanza” y “alegría” del recién llegado (especialmente en el cine estadounidense). Esto último no es el caso en esta película. El segundo tiene que ver con el retrato, metaforizado arquitectónicamente en una mansión en semi-ruina, de una clase pudiente que ya no tiene forma de continuar con el tren de vida anterior. Claro está que el retrato que se hace de la familia empleadora de Rosa corresponde ya a un cliché: una familia, otrora pudiente, que ahora vive de recuerdos y ahorros pasados, con hijos fracasados e inútiles, que están ubicados en los resquicios entre lo legal y lo ilegal, las buenas costumbres y la inmoralidad privada, fruto de la permisividad en la educación con la que esas noblezas bajas educaron a sus hijos. Por todo lo anterior, puedo decir que la película no fue de mi completo agrado, pero tampoco fue una pérdida de tiempo. Supe sacarle gusto, como lo dejo en claro aquí, a varios de sus elementos. 2018-03-22.


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