Sobre cómo la tragedia de la inmigración es tan fuerte que logra salvar una pobre narración

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Vi “Babai” (“Padre”, Kosovo, 2015) dirigida y escrita por Visar Morina [1979- ], siendo este su primer largometraje. El reparto está conformado por Val Maloku, Astrit Kabashi y Adriana Matoshi, entre otros. Narra el viaje de Nori (Val Maloku), un niño de 10 años, a Alemania, buscando encontrarse con su padre Gezim (Astrit Kabashi), inmigrante ilegal proveniente de Kosovo. Resulta que Gezim, para iniciar su viaje a Alemania, abandonó a su hijo, dejándolo bajo el cuidado de un tío, pero el niño escapa para buscar a su padre. La cinta intenta inscribirse en el drama, tanto el de la durísima vida del inmigrante ilegal como el de las relaciones familiares rotas por la violencia, la desesperación y la pobreza. Efectivamente, la película intenta mostrar ambos lados: la otra cara de Europa y de las familias separadas. No obstante, ante tamaño drama, la obra no logra colmarla ni ser convincente ante el espectador. Creo que se pierde en muchos detalles, varios de ellos inverosímiles, y el elemento trágico termina siendo una carga que se le delega al espectador, para que este termine la historia. Dicho con otras palabras, lo desgarrador nace de la capacidad empática de quien ve la cinta, y no tanto porque esta última lleve a aquello. Y ese drama intenso se ve disminuido por los giros ingenuos, a veces difíciles de creer, de una narración que muchas pierde el norte. De todas maneras, al ser de Kosovo (es, hasta el momento, la película de mayor presupuesto que se ha filmado en dicho país), había que verla, para sentir hacia dónde se dirige su cine. Sumado a que el quid de la historia, por sí mismo, convoca. Mostrar esa cara oculta siempre será interesante, independientemente de cómo se cuente. Y aquí viene mi sugerencia reflexiva: la inmigración y la trata de personas (a la que no se le dedica mayor tiempo del que yo creo hubiera merecido) son aspectos que no sólo afectan a latinoamericanos y africanos, sino también a europeos. Estamos pues ante uno de los dramas más relevantes y no suficientemente tratados de nuestro tiempo. Si bien nuestra especie ha dado saltos cualitativos en toda su historia gracias a las migraciones, estas, en el nuevo orden mundial, son seriamente estigmatizadas dependiendo de los factores que la rodean, como la pobreza, el color de la piel, el país de origen, etc. El racismo y la xenofobia reaparecen con un nuevo vestido. Pero reconocer este drama de base de quien viaja buscando una mejor vida, no permite caer en el otro extremo: divinizar al inmigrante. La obra bien expone que el inmigrante trae consigo ideologías culturales difícilmente aceptables en el país de llegada y, en no pocas oportunidades, para lograr su meta el inmigrante ha tenido que negociar aspectos que la moral tradicional considera censurables. Encontrar pues un medio entre ambos extremos es una dura pero justa labor del prudente (Aristóteles). Y ante este estado de cosas lo mejor sigue siendo la hospitalidad (Derrida), concepto que hoy día se predica más que el de tolerancia, la cual nunca ha sido absoluta, sin límites. La sugiero, pues, para reflexiones sobre la inmigración (no solo la que acontece en Europa), pero no tanto como forma de entretenimiento. 2018-01-29.


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