Rothmann, Ralf, Morir en primavera (2015), trad.
Carles Andreu, Barcelona, Libros del Asteroide, 2016, 232p.
Leí "Morir en primavera". Estamos ante una de las mejores obras literarias
recientes sobre los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, mirados desde el
bando alemán. El autor [1953-] retrata con gran humanismo y con delicado detalle
cada uno de los escenarios, logrando no sólo impactar en el lector por (el
drama de) las acciones mismas, sino también transportarlo a cada lugar, con
gran exactitud.
La trama es cruel y humana al mismo tiempo. El
narrador escribe, a pedido de su padre, el relato de este último cuando fue
reclutado, en 1945, para una unidad de las SS en Hungría. Es un ejercicio de
poner en el papel lo que el padre del narrador (que no concuerda con la vida
real del autor, aclaro) nunca pudo decir. En fin de cuentas, el silencio fue la
norma para los soldados derrotados durante la posguerra: “El
silencio, el rechazo absoluto a hablar, especialmente sobre los muertos, es un
vacío que tarde o temprano la vida termina llenando por su cuenta con la
verdad” (p. 9).
Pero ese silencio no dejó de crecer en un drama que
tarde o temprano le correspondió a la siguiente generación asumir. Justo por
ello el libro empieza con una cita bíblica del libro de
Ezequiel: “Los padres comieron las uvas agrias y a los hijos les dio dentera”.
En este caso, el drama de vivir una guerra que ya
estaba perdida y asumir la culpa de la muerte del mejor amigo. El drama de
perder la juventud en la locura del conflicto. El drama de la guerra misma.
Lo mejor, es que no cae en el estereotipo de las
novelas bélicas: pura acción, con blancos y negros, con estereotipos poco
sugerentes de la complejidad humana. Aquí el joven alemán bien puede ser un
joven inglés o uno ruso. Carne de cañón ante los deseos de los políticos.
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