Sobre cómo hacer buen cine bélico haciendo creer que es antibélico

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Vi “Hacksaw Ridge” (“Hasta el último hombre”, 2016), dirigida por el polémico Mel Gibson y con guion de Robert Schenkkan y Andrew Knight. Con un reparto interesante aunque algo alejado de las grandes estrellas de Hollywood: Andrew Garfield, Sam Worthington, Hugo Weaving, Vince Vaughn y Teresa Palmer, entre otros. Es una película del género bélico, pero a pesar de la imagen que proyecta su director, trasciende el género. Antes de explicar lo anterior, paso a hacer un breve resumen la cinta. Basada en hechos reales, trata de un joven (Desmond Doss) que se enlista en los Marines durante la Segunda Guerra Mundial, pero al ser objetor parcial de conciencia (no tiene problemas en ser parte del ejército e ir al combate, pero se niega a portar armas) es presa del matoneo de sus compañeros marines pero termina siendo un héroe (como enfermero de combate) en la batalla de Okinawa. Fue el primer objetor en recibir la máxima distinción militar que ofrece el gobierno estadounidense: Medalla de Honor del Congreso. Ahora bien, Gibson es alguien polémico y con mala reputación en los que prefieren el cine independiente, de un lado, y el progresismo liberal, del otro. Sin embargo, no temo decirlo, esta cinta logró dar una nueva y mejor imagen del director; sin llegar a creer que se reinventó o cambio de bando. En primer lugar, la película está divida en tres partes. La primera narra, de forma predecible y con varios clichés de por medio, la vida, la familia, el amor y el enrolamiento de Desmond. Se centra en su coraje y sus buenos sentimientos: un hombre perfecto. La segunda, donde Gibson saca a relucir su dominio de cine-acción, expone la batalla, mostrando escenas de guerra difícilmente igualables por el género, donde Desmond logra salvar a muchos de sus compañeros (obviamente, como era de esperarse, predomina la narración maniquea: buenos y malos). La tercera, en entrevistas de tiempo reciente, resalta el valor de las convicciones religiosas (algo muy importante para Gibson). Definitivamente, la segunda parte fue la mejor. En segundo lugar, el filme termina por poner las convicciones religiosas sobre el afán militarista. No se cuestiona el patriotismo, el nacionalismo, la familia y la religiosidad (Gibson no llegaría a tanto), pero el hecho de resaltar la figura de un objetor (pero no de uno que niegue los deberes militares y patrióticos), ya es algo que deja boquiabiertos a los espectadores; de allí lo importante de no dejarse llevar del todo de los prejuicios. Claro está que es falso decir que la cinta en antibélica o pacifista (como lo he visto en algunas reseñas). Nunca. Pero al menos defiende las convicciones personales, en este caso que no se requieren las armas en mis manos (aunque sí en las de los que me acompañan) para imponer la bandera sobre el territorio enemigo (Okinawa). Así las cosas, por el elogio que se hace de los que se negaron a portar armas pero aun así asistieron a su país y a sus compañeros mostrando por eso un coraje aun mayor, y por el alto nivel de las escenas bélicas, la recomiendo. Pero repito: no caiga en la trampa de creer que Gibson se ha vuelto un demócrata progresista; la obra que comento sigue estando en el molde conservador que lo ha caracterizado. 2017-06-17.



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