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Vi “Hrútar” (“Carneros”, 2015, Islandia), dirigida y
escrita por Grímur Hákonarson (siendo esta la primera película que le veo) y
con fotografía de Sturla Brandth Grøvlen (aplausos). Los actores protagonistas
hacen un muy buen trabajo: Sigurður Sigurjónsson, Theodór Júlíusson y Charlotte
Bøving, entre otros. La cinta narra la vida de dos hermanos granjeros que, a
pesar de ser vecinos, no se hablan desde hace mucho tiempo. Sin embargo, los
dos hermanos tienen que unirse para salvar sus carneros, provenientes de un
famoso linaje atado a la historia familiar. Ahora bien, el filme es magnífico
en lo que atañe a la fotografía (no podía esperarse nada menos atendiendo los
magníficos escenarios que ofrece la vida rural islandesa). En lo que atañe a la
historia, estamos ante otro gran acierto: es una historia sencilla, de dos
hermanos solitarios pero entregados de cuerpo y alma a sus labores. Claro está
que por la producción de la misma y por sus primeros minutos, el espectador
pudo pensar que sería un cine duro, sombrío, difícil de seguir, pero en la
medida que transcurre la historia, se da cuenta que esta transcurre con una
naturalidad que vuelve esta cinta accesible a todo público sin que ello le
reste profundidad, como lo veremos más adelante. Siguiendo pues con la narración,
a la que ya podemos calificar como cautivante, habría que agregarle que termina
siendo convincente en su retrato de la vida rural y de la soledad, pero una
soledad que no asusta por sí misma, sino una que se convierte en la oportunidad
de vivir conforme a principios. Los hermanos, solitarios, no se sienten
deprimidos por esa condición, sino que son afectados porque su estilo de vida
se pone en juego por una enfermedad que amenaza sus rebaños. Pero lo más
interesante, y que constituye el elemento de profundidad al que aludí antes,
está en que refleja las ideas existencialistas, o mejor dicho, vitalistas de
los protagonistas. La defensa de un proyecto de vida, con todo lo que ello
implicaría como metáfora de la contemporaneidad, los lleva a superar sus odios
y miedos, así como enfrentarse, a su manera, al sistema social y político, en
un país que no se caracteriza propiamente por su rebeldía ante las
instituciones oficiales. Se pone pues a lo rural y a los carneros como metáforas
de la vida que exige compromisos y riesgos, en vez de indiferencia y abulia;
esto es el valor agregado que una cinta como ésta le ofrece al público. Solo una
cosa no me gustó: no hay fin, no hay desenlace del componente dramático, ni
siquiera hay elementos suficientes para que el espectador concluya la historia.
Si hubiese tenido la oportunidad, habría apostado a unos cinco minutos más de
trama. La recomiendo: 31-01-2017.
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