Mis alumnos me preguntarán,
hoy, seguro, sobre la democracia,
porque saben que la defiendo, la valoro,
la predico y la practico. Y me será difícil,
extremadamente difícil, responderles.
En un año donde,
al calor de discursos nacionalistas y xenófobos,
Inglaterra vota por separarse de la Unión Europea,
y movido por argumentos fundamentalistas, homofóbicos,
con lujo de prejuicios y de amenazas, el NO se impone,
en el plebiscito de Colombia, fulminando la paz,
elogiar la democracia se me hará trabajoso.
¡Ojalá que mis estudiantes sean pacientes!
Algunos compararán esta elección de anoche,
se me ocurre, con la de Hitler de 1933 en Alemania,
de la que tantas veces les he hablado. Puede haber,
sí, algunos elementos semejantes. La sinceridad,
por ejemplo, con que ambos candidatos lanzaron,
llenos de agresividad y de prejuicios desinhibidos,
sus discursos electorales.
Nadie podría luego argumentar
(como trató de hacerlo el Nobel Konrad Lorenz)
que al votar a Hitler no sabía las cosas que haría,
porque el futuro Führer siempre había sido muy claro.
Tampoco ahora cabrá aducir esa ignorancia,
frente a la nitidez del vencedor republicano,
que ni siquiera se privó de la grosería.
Si Hitler hubiera hecho un gobierno de paz,
de respeto y convivencia, hubiera sido una sorpresa,
algo inesperado y asombroso. Otro tanto puede decirse,
tristemente, del nuevo presidente estadounidense.
¡Qué buena sorpresa sería ésta!
Alguna estudiante me inquirirá, enojada,
cómo puede un señor de abierta misoginia,
con un discurso chabacano, denigrador de la mujer
(y además vulgarmente racista y muy xenofóbico),
ser electo en el país más poderoso del mundo,
supuesto recreador de la democracia griega,
aducido heredero de la Roma republicana,
simbolizada en su emblemático Capitolio.
Le pediré perdón, humildemente,
por no tener respuestas.
Tengo un par de alumnos testigos de Jehová.
Ellos creen que el poder político lo da Satanás,
y que el fin de los tiempos está pronto a arribar.
He de reconocer que, con el señor Putin de un lado,
el caballero Trump del otro, y China cerrando el trío,
con sus campos de concentración y sus ejércitos,
me costará enorme esfuerzo discutirles.
Vendrán ahora los sabios de capirote,
los maestros de Siruela, los sabelotodos,
que se empalagarán de explicaciones eruditas,
sociológicas, antropológicas, políticas, económicas
(todas a posteriori de los hechos, por supuesto).
Le cuesta mucho, a la humanidad positivista
(que al fin y al cabo, la seguimos siendo)
decir lisa y llanamente: "no lo entiendo".
Mis alumnos me preguntarán,
hoy, seguro, sobre la democracia.
Y la seguiré defendiendo y valorando.
Pero no de una manera ingenua y mojigata.
La democracia no vale por sí sola. Al contrario,
es una herramienta formidable que, si se la descuida,
si no se le brinda el complemento de un pueblo instruido,
profundo, pensante y crítico, puede volverse peligrosa.
Los países que adoptan la democracia asumen,
al hacerlo, una carga pesada: la de comprometerse,
por todos los medios a su alcance, a luchar, sin cuartel,
contra la superficialidad, la intolerancia y la agresión.
Lo contrario, en cualquier lugar del mundo, pobre o rico,
más o menos "desarrollado", puede luego lamentarse.
No sólo debemos, creo,
lamentar la elección del señor Trump,
sino, por sobre todo, aprender de ella.
Quiera Dios que no sea, como diría Sófocles,
una lección que llega demasiado tarde...
Mis alumnos me preguntarán,
hoy, seguro, sobre la democracia,
porque saben que la defiendo, la valoro,
la predico y la practico. Y me será difícil,
extremadamente difícil, responderles,
pero igualmente, lo seguiré haciendo.
Fraternalmente,
Ricardo Rabinovich-Berkman
Enviado por Email el 09-11-2016
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