Vi “Leviatán” (Rusia, 2014) dirigida y coescrita por Andrei Zvyagintsev (a quien recuerdo por su película “Elena”, la cual reseñé hace justo dos años) y que narra la historia de Kolia, quien vive, con su esposa y un hijo de un anterior matrimonio, en un pueblito a orillas del mar de Barents, al norte de Rusia. Kolia se enfrenta a un corrupto alcalde que quiere su propiedad para construir una Iglesia. Ahora bien, esta cinta ha obtenido muchos premios y varias nominaciones de gran calado, al punto que fue considerada, por muchos, como el gran suceso fílmico del 2014. Con tantos bombos y platillos ¿cómo no verla? Pero me sucedió algo común cuando las expectativas son muy altas: lo que se ofrezca difícilmente las satisfacerá. Fue así que decidí leer más del filme, para evitar juicios apresurados, y encontré a la crítica enfrentada, entre los que adoran la película y los que la aplauden con algunas reservas. Luego de ponderarla me adhiero a la segunda línea: la cinta, sin duda alguna, es un bello documento visual (¡gran fotografía!), cargada de símbolos y que narra las dificultades sociales por las que atraviesa actualmente Rusia. Sin embargo, desde el contenido, es un filme donde predomina la lentitud narrativa, la dispersión y termina siendo muy larga para el drama que propone. Se trata, entonces, de una película que requiere un espectador determinado que desea alternativas diferentes al tradicional entretenimiento reflexivo que ofrece buena parte del cine independiente occidental. Pero, a pesar de estos matices que he planteado, sí pone a pensar claramente sobre la epidemia universal que corroe al ejercicio político: la corrupción, pero no aquella puesta en el tapete hasta la saciedad, como sucede en muchas películas latinoamericanas {pienso en “La Dictadura Perfecta” (2014) o en “Tropa de Élite 2” (2010)} sino en una que se camufla mejor y que deja ver, incluso, en las fisuras de los dramas familiares (tal vez podría establecerse una buena relación entre este punto con el título de la película). En este filme, la corrupción no es la protagonista, sino las relaciones familiares, pero sin aquella no se habría desatado el quid dramático fundado en un homicidio que queda en la duda sobre su autor. La recomiendo, entonces, para los espectadores avezados que se dejan cautivar por el cine simbólico y de gran nivel en su imagen. 03-11-2015.
No hay comentarios