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Vi
“12 años de esclavitud” (RU, USA, 2013) dirigida por Steve Mcqueen (quien ha
filmado pocos filmes pero todos de gran calidad; recuerdo especialmente “Shame,
2011” que comenté con elogios) y con un elenco fenomenal (resalto la actuación
principal en manos de Chiwetel Ejiofor). La cinta narra la vida de un afroamericano
(Solomon Northup) nacido libre que fue secuestrado y vendido como esclavo en el
sur de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX, logrando su libertad al
poder comprobar judicialmente sus orígenes. El filme ha barrido, literalmente,
en premiaciones y festivales tanto comerciales como independientes. No sólo ha
sido considerada como una de las mejores películas de los últimos años sino que
su poderoso guion logra ponerse al mismo nivel de las actuaciones y de la
fotografía, que son estupendas. Desde donde se mire hay mucho de lo que se
puede hablar y elogiar. Pero yo, siguiendo la línea de mis reseñas, quisiera
llamar la atención sobre dos asuntos que permitirían llevarla con éxito a un
ciclo de cine-foro. El primero de ellos tiene que ver con la validez histórica
de lo relatado. Al respecto hay que señalar que una película no tiene que ser
fiel reproducción de la realidad, lo que se impone si aceptamos la
independencia del arte (bueno, salvo los documentales históricos de los que se
espera una fuerte fidelidad con las fuentes). Pero tampoco se puede llegar al
extremo de lo inverosímil y cierta ilación en el discurso, lo que se le pide
incluso a la ciencia ficción. Este filme, sin embargo, quiere reflejar una
época histórica, dolorosa por demás, por medio de la narración de una de sus
víctimas (Solomon). Pero esa narración ha sufrido varias miradas parcializadas
que un historiador no puede pasar por alto: i) la fuente original del siglo XIX
fue el punto de vista de un blanco abolicionista quien relató la historia de Solomon
con fines políticos (la abolición de la esclavitud); ii) la mirada
actualizadora de esa narración decimonónica hecha por el guionista (John Ridley)
y por el director (Mcqueen) que hicieron varios cambios pensando en sus fines
narrativos y en el espectador contemporáneo (por ejemplo, la escena del
marinero que asesina a un esclavo en pleno barco camino al sur, es un invento
de los productores; un marinero no se hubiera atrevido a destruir tan valiosa “propiedad”).
Ahora bien, aceptando que el filme no es riguroso, si por tal entendemos
neutralidad en la narración del pasado, no por ello podemos acusarlo de no
retratar la época. Creo que sí lo hace, tomándose sus licencias como era de
esperar, y a partir de allí logra transmitir un mensaje que al parecer ya todos
tenemos claro pero que, realmente, aún nos falta por transitar: el rechazo a la
esclavitud como lo superficial y el rechazo a toda dominación y racismo como lo
estructural. En este sentido considero que la película debe evitar sentirnos cómodos
con lo que somos como cultura. Tal vez ya no haya esclavitud, pero seguimos
oprimiendo amplios sectores de la población como si se tratase de esclavos del
siglo XIX. El segundo apunta a que esta película daba todo para ser uno de los
grandes filmes del género “cine & derecho”, puesto que fue por acción judicial
que se logró la liberación de Solomon, de un lado, y fue por acción judicial que
no se pudo condenar a los secuestradores, del otro. El filme pasa de largo estos
aspectos: apenas los menciona. Pero el espectador, con base en todo lo visto,
puede reflexionar sobre ese componente que habría dado lugar a otra película
que bien complementaría la actual. En estos términos la recomiendo ampliamente
no sólo como entretenimiento sino también como fuente de reflexiones políticas
muy necesarias en nuestros días. 09-06-2015.
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